Capítulo 4:
Hacia el Laboratorio Secreto
Imaginate prender la tele, y ver a tu artista marcial favorito realizando piruetas extraordinarias y repartiendo golpes de todos los colores que, al mínimo impacto, quiebra el aire con destellos eléctricos fuera de serie. Ahora, sumale a esa película, sanguinarios monstruos cuadrúpedos capaces de transformar en girones la roca mas sólida con sus afiladas fauces, siendo reducidos uno por uno, a pesar de moverse con gran soltura para sofocar a su presa desde todos los rincones. Bueno, qué tal si te digo, entonces, que esa misma película que deberías estar viendo tranquilamente mientras comés pochoclos en un cine cualquiera, mezcla de acción y terror por las características físicas de los bichos estos, resulta que transcurre frente a tus atónitos ojos, abiertos como platos. No sería muy agradable estar a unos centímetros de la muerte más dolorosa imaginable ¿No? Quizás te fascine, por un lado, presenciar una exhibición de combate a puño limpio tan espectacular como esta antes de estirar la pata, sin embargo, yo no era ese tipo de persona, estaba lejos de ese estereotipo de pibe con iniciativa para los momentos críticos similares a este. Así me sentía, como viendo una película.
Todo me daba a entender que mi asistente, Persley, la chica que se presentó ante mi como una ayuda todo terreno con doble personalidad, tenía la situación bajo control. Fueron cuatro de estas criaturas las que, inicialmente, hicieron acto de presencia y fueron atendidas con la misma beligerancia que un grupo de moscas revoloteando sobre un pedazo de carne.
—¡Maestro, póngase a resguardo debajo de las escaleras antes de que lo vean!–Notificó ella ante mi inacción–¡Me voy a deshacer de cada uno de ellos!
Obnubilado por su destreza, acaté sin más la sugerencia que me dio y, de un par de zancadas, refugié mi asustado trasero bajo los escalones revestidos de un fino tapizado ennegrecido, relojeando en primera fila, por supuesto, el altercado que sucedía en medio del amplio salón.
Inconscientemente, puse mi vista sobre las criaturas y, en un parpadeo, información sobre lo que transcurría se iba superponiendo a lo que veía, tal cual las ventanas de mis estadísticas, solo que ahora, en mitad del conflicto, los datos se posaban en la cabeza de las bestias, mostrando nuevos indicadores.
/Smiley/PV85%Nv7/
/Obj38%/NclTpNull
—Jodeme que se llama “Smiley” el coso este.
A partir de que pude notar este recuadro emergente en la cabeza del primer… “Smiley”, primero, impedí que apareciera una mueca que intentaba dibujarse en mi rostro al leer un nombre tan elocuente para un bicho tan fulero. Luego, sin perder tiempo, revisé a sus compañeros en busca de algún dato útil que me ayudara a mi, o a Persley, sin demasiada suerte. Los valores de los “Smiley” diferían entre cada espécimen, sobretodo el Obj, que oscilaba entre un 25% y 75%, y el de PV, que iba disminuyendo de acuerdo a qué tan cagado a golpes estaba, mientras que el NclTp era el mismo para todos. Dichos valores, contenían información que, presentía, iba a ser de utilidad en algún momento, por lo que tendré que averiguar al respecto más tarde.
Con total dominio de su cuerpo, Persley, que pasó a convertirse de una amigable asistente en una feroz guerrera, se balanceaba en todas direcciones, esquivando mordidas y propinando golpes certeros que provocaban el retroceso de los bichos estos, que mantenían la sonrisa a pesar del daño recibido.
Persley, además, se cargó en total a dos Smileys que quedaron inertes en el suelo, quebrados y con múltiples magullones, mientras que, los otros cuatro que no dejaban de atacar, eran arrojados fuera del perímetro de la choza con una serie de rápidos movimientos, reboleándolos hacia el lago. Allí, un grupo de aves de importante envergadura, las cuales ya obraron para salvarme anteriormente, veían la acción de lejos con expectativa de atrapar lo que sea que caiga en su territorio, atrapando el botín, o sea, los Smileys, y devorándolos en el aire a medida que estos salían eyectados, dejándome boquiabierto ante el despliegue de ferocidad de esta extraña cadena alimenticia.
Mientras estaba distraído, observando la calamitosa escena del lago, no me percaté de que un Smiley había logrado colarse en la choza sin que nos diéramos cuenta, siendo descubierto en mi perfecto y para nada visible escondite, debajo de las escaleras. Ante la inminente amenaza, no pude más que dejar de respirar, tragar saliva y ver cómo las fauces se abrían de par en par, con intenciones poco felices hacia mi persona. El respectivo cuadro desplegado sobre su cabeza, mostraba información algo diferente, pero que no pude comparar con los demás al estar a su merced absoluta, pero éste mostraba.
/CrackedSmiley/Lv.19
Obj90%/NclTpNecrosis
No pude ignorar el detalle en su cráneo, parcialmente expuesto y con piezas faltantes en su mandíbula y piel desgarrada en el lateral del hocico, que le daban un aspecto más terrorífico que el de sus amiguitos.
—Creo que ya perdí la cuenta de las veces que estuve a punto de que algo o alguien me mate.—Pensé, un poco harto.—E-Esto es injusto.
El animal saltó sobre mi sin previo aviso, pero una fuerte luz se hizo presente. Ésta provino de Persley, quien me veía, sonriente, a espaldas del monstruo.
—¡Maestro, acá me tiene para ayudarlo en la recolección!.—Gritó animadamente, mientras sujetaba al can del averno por el cuello con una especie de soga luminosa desde el otro extremo de la escalera.—¡Y estamos de suerte, estos no aparecen muy seguido en la zona!.
—¿Eh?.—Ni le presté atención a lo que dijo, estaba muy pendiente de la criatura inmovilizada en el suelo que se retorcía intentando liberarse.—¿Y ahora qué?
—¡No se preocupe!.—Comentó.—Sus cabezas son tan desproporcionadas en relación al tamaño de su cuerpo, que la mínima presión que le ejerza, en ésta sección, quedan inmóviles. ¿Lo ve?
Ella señaló con su dedo la base de la nuca, antes de tensar con mayor rigidez este objeto luminoso alrededor del cuello de la fiera, causando un horrible crujido, seguido de un desprendimiento inmediato de la cabeza y el torso. Esto, en mi mundo, iría un poco más lejos que un simple alegato en defensa propia, y bastante más que una causa de maltrato animal. Pero de mi parte, no hay objeciones, Señoría, mi culo fue salvado otra vez.
—Lo… mataste.—Dije, con el fiambre diseccionado en dos a mis pies.
—Claro.—Respondió, feliz de la vida.—Si no los matamos, no podríamos recolectar sus núcleos, ni subir de niv—
—Con ese… lazo de la muerte, o algo.–Dije, todavía impresionado por la presenciar un decapitamiento, ignorando parte de su justificación.
—Es mi Látigo Caníbal ¿Lo recuerda?.—Explicó, haciendo desaparecer en el aire su látigo Jedi.—Tuve que recurrir a él porque no iba a lograr contener el ataque del CrackedSmiley con mis manos. Es muy útil para extender mi alcance, aunque consume bastante energía si lo utilizo por periodos prolongados.
—Ah, por supuesto, si, lo recuerdo.—Extendió su mano para ayudar a levantarme del piso, del cual pareciera que nunca terminé de despegarme, y me incorporé junto a ella, queriendo evadir el tema, quedando a una distancia incómodamente cercana.
Nada tenía que ver con ser una persona especialmente vergonzosa, o haber atravesado una relación turbulenta los días previos a caer acá, pero tenerla tan cerca, con sus delicados rasgos femeninos acompañados de unos deslumbrantes ojazos que desbordaban alegría, y una sonrisa despreocupada, me provocaron una inevitable sensación de vergüenza y un gesto impropio en mi, gesto que, en el barrio, solemos conocer coloquialmente como una cortada de cara. Si, tenía más de treinta en mi vida terrenal, y acá, no parezco mucho mayor de veinte, por lo que no debería comportarme como un mocoso de diez.
—G-Gracias, pero….—Dije con un visible quiebre en mi sonrisa forzada y cambiando de tema como un campeón.—Este lugar…
El silencio hizo que el caos se hiciera carne tras lo ocurrido, así que, ya con el ambiente calmado, aclaré mi garganta y contemplé el quilombo con mi asistente. Paredes descascaradas, piso carbonizado, muebles rotos y desperdigados, sin mencionar los dos animales muertos en pleno salón y un tercero más grande a nuestros pìes. Todo esta zona de guerra custodiada por el ojo que todo lo ve: el boquete inmenso que daba al lago.
—Hay que repararlo.—Dijimos al unísono.
Ya me visualizaba como carpintero, cuando Persley, enérgica, sugirió una posible alternativa.
—Lo podemos reconstruir muy fácil, pero necesitamos núcleos que repliquen la madera.—Comentó parándose al lado del hueco gigantesco.—No es la primera vez que sucede esto.
—¿Núcleos?.—Dije, olvidando por completo mi papel de Maestro de las santas alquimias.– ¿Y cómo se supone que vamos a conseguir núcleos?
—¿Todavía sigue con amnesia, Maestro?.—Preguntó, colocando sus manos en la cintura, y procediendo hacia los cuerpos de los Smileys que yacían muy plácidamente tiesos.—Los conseguimos de criaturas que nacen a partir de la energía distribuida alrededor del mundo. La energía que fluye a desde lo más profundo del suelo, y es expulsado a través de porosidades.
—Ya lo sabía, pero podés seguir para refrescarme la memoria.
—Esa actividad energética, es captada por organismos, grandes o diminutos, que habitan determinados ambientes, zonas o climas, posibilitando que existan criaturas que no necesiten de progenitores para nacer, dando origen a seres con estructuras biológicas muy distintas a las de un ser humano o animal concebido naturalmente que no esté expuesto directamente a esta energía.
—Entiendo, pero…—Pregunté con mi mejor cara de simio ignorante.—No me dijiste cómo conseguimos los núcleos todavía.
—¡Así!.—Exclamó, alzando su mano y, con precisión quirúrgica, la enterró con una violencia inusitada justo al centro del torso, extirpando un pequeño cristal morado, que parecía tener un apagado brillo en su interior. Dicha remoción del núcleo, automáticamente, causaba que los restos se convirtieran tan solo en polvo, a excepción de la cabeza.
Hizo lo propio con el siguiente, obteniendo otro cristal del mismo color, y prosiguió al más grande con la cabeza separada del cuerpo. Era extraño ver cómo golpeaba, atravesaba y descorchaba bichos sin derramar una gota de sangre, aunque sospecho que es la lógica alterna que manejan estos “núcleos” que, por lo que cuenta Persley, son como un corazón. Aunque creo que es más atinado pensar en los núcleos como una batería removible.
—Los núcleos son piezas muy frágiles de manipular.—Me explicó, repitiendo el proceso de los anteriores, y ubicando el centro del torso para hacerle cosquillitas a las entrañas.–Si no son conservados de forma adecuada, la energía que llevan dentro, se libera incorrectamente y el cristal queda vacío.
Al terminar su explicación, sus ojos se tornaron azules, deduzco, para escanear el robusto cuerpo de la variante del Smiley y localizar el preciado objeto.
—¿No te da un poco de… asquito meter la mano ahí?.—Pregunté, retorciendo el rostro ante el repugnante acto de la tan mencionada “recolección”.
—¿Asco?.—Respondió despreocupada, con la mano todavía dentro del cadáver.— ¿Por qué me daría asco cumplir con mi tarea? Qué cosas dice, Maestro.
—Ugh…
¿Qué podía hacer al respecto? Nada. La chica era feliz abriendo cuerpos sin vida para extraer piedritas de colores. Este último en particular, se trataba de un núcleo más oscuro, y más grande que los otros dos. Persley, además, advirtió en un detalle crucial antes de entregármelo:
—El núcleo tipo Necrosis corroe la piel si se está en contacto permanente con él, por lo cual, si tiene alguna botella contenedora de núcleos, debe guardarlos ahí, en especial éste.—Indicó, haciendo énfasis en el núcleo oscuro.—¿Aún le queda alguna?
En el interior del bolso, no había ninguna botella o recipiente como la que me describía, pero si había bolsillos internos, por lo que dejé, rápida y provisoriamente, los curiosos cristales bien acomodados.
—Ahm… si gusta, podríamos ir al laboratorio.—Dijo tímidamente, señalando a una de las paredes, donde sólo había una mesa y un espejo.—Allí habrá contenedores de sobra, y quizás algún Núcleo Vegetal que nos sirva, además, eso lo ayudaría a recordar más rápido. ¿No le parece, Maestro?
La casa, en sí, daba la impresión de ser espaciosa, sin embargo, no veía dónde podría caber un laboratorio, mucho menos hacia donde ella apuntaba. Como sea, no iba a cuestionar a la señorita después de haber visto cómo domaba a las trompadas a esos bichos. Eso si, tiré la idea de tapar provisoriamente el agujero, cosa de que no entren más Smileys y otras alimañas, o por lo menos dificultarles el paso. Persley asintió, y en un abrir y cerrar de ojos, ya tenía una pila de deshechos, entre muebles rotos y escombros, puestos de forma tal que ni un gusano encontraría un hueco.
Según lo que pude recopilar, de lo que ya sabía y lo que comentó Persley mientras armábamos la precaria barricada, este laboratorio donde, debo asumir, Zatos elaboraba sus investigaciones y guardaba aquellos artículos que consideraba de utilidad, no formaba parte de la estructura de la casa, sino que se trataba de una suerte de subsuelo, o sótano oculto, al cual se accedía mediante un pasaje detrás del espejo.
El espejo, que tranquilamente podría formar parte del decorado en la casa de mi abuelo, estaba enmarcado en un lindo diseño de líneas tribales con relieves, y poseía un círculo que coronaba el vértice superior. Persley me explicó, también, que este singular espejo, además de estar imbuido con magia altamente concentrada que lo volvía indestructible, representaba un método de seguridad primario que sólo era activado con mi presencia, y la de nadie más.
Me reflejé en el espejo, como si se tratase de una cámara de seguridad que debía verificar la identidad de un inquilino al entrar a su departamento, y, mágicamente, el vidrio se tornó traslúcido, con un difuso efecto que distorsionaba la imagen, dejando ver unas escaleras en espiral descendente. Muy creepy para mi gusto, aunque para ella era como un paseo en el parque.
Una luz muy extraña marcó cada una de mis pisadas, permitiéndome ver el sinuoso camino hacia abajo, y vislumbrar, al final de la escalera, una misteriosa puerta al fondo de un pasillo.
La miré con familiaridad. El mecanismo para ingresar era igual al que destruyó Persley, una amplia puerta de material laqueado con grabados circulares, y ningún picaporte a la vista. Entonces, quise confirmar mi sospecha sobre el cerrojo mágico, y apoyar la palma, pero fui interrumpido antes de tocarlo.
—Esta es la habitación donde nos conocimos, Maestro.¿Recuerda?.—Empezó a decirme.
–Ah…
—Luego de que desperté, jamás me dejó entrar en esta habitación. Ni una sola vez.
¿Esta chica pensará que todavía tengo amnesia, o querrá que pise el palito para tener un motivo válido para atacarme? Mi cabeza aún seguía atormentándome con esa endemoniada que vi antes de desmayarme, y que me impedía decirle la verdad sobre quién soy en realidad, por miedo acabar hecho cenizas, o molido a palos como ciertas criaturas de cuatro patas. Pero, tomándolo desde una visión más desoladora, yo ya experimenté la muerte una vez, o sea, ¿qué más puede salir mal? Si le digo que no soy el tipo que conoce, ¿me borraría de la existencia como pretendía hacer hoy mismo? O, por el contrario, si le juro y perjuro que soy Zatos, ¿qué me asegura que va a dejar de indagar al respecto? No quiero arriesgarme, pero la mentira se me escurre entre los dedos, y ella, cada vez que me pregunta si recuerdo algo puntual, lo único que hago es tirarle fruta.
Creo que las veces anteriores me dio un poco de cagazo decirle, pero ahora me da más ansiedad que otra cosa conocer su reacción. Da igual, no tengo nada para perder, y si el destino me arrastra a morir de nuevo, le voy a pedir antes que me haga la fatality más indolora que pueda con el látigo, como la que le hizo al Smiley descorchado.
—Está bien.–Confesé, apretando un poco el culo.—Yo…
—No es el Maestro Zatos que yo conozco ¿Cierto?
La laguna mental que me agarró, sólo fue comparable con las que me daba cuando había examen oral de historia en la secundaria, y escuchaba mi nombre. Ella se acercó a mí, con una sonrisa al ver que no se me caía una palabra, y abrió confianzudamente mi bolso, buscando algo.
—Tiempo atrás, vi a mi Maestro… escribir una carta.—Comentó, sosteniendo entre sus manos la pieza de papel rugoso.—Desde entonces, su expresión cambió, y dejó de hablarme por completo.
—Entonces…ya lo sabías.—Concluí, tardíamente, comprendiendo que todo este tiempo, ella vio a través de mi para nada compleja puesta en escena.
Sus ojos se estrecharon, llenos de duda e incertidumbre, y yo me quedé mirándola, sin saber cómo responder. La carta no se la mostré en ningún momento, pero fue directo hacia ella.
—Bueno, esa carta…–Continué.—La encontré cuando desperté en medio del bosque, y parecía estar escrita por alguien más.
—Así es, fue mi Maestro.—Reveló, algo apenada, sin sacarle los ojos de encima al escrito.– La vi caerse de su bolso al querer darme una de las manzanas. En ese momento, luego de leerla, sus estadísticas y su comportamiento hacia mi, me indicaban que algo ocurrió, y que Zatos, mi Maestro…
—Ya no era quien conocías…
Ella sonaba sincera, con un inesperado tono de arrepentimiento bastante enfático, logrando que el espeso aire a nuestro alrededor, que podía cortarse con una espátula hace tan solo un instante, recupere su densidad habitual. Decidí, entonces, contarle quién soy una vez que podamos sentarnos de una buena vez. Después de todo, había sido quien me salvó más de una circunstancia de peligro, y quizás confiar en ella no era mala idea, especialmente si los animales que intentaron morfarme son moneda corriente por acá.
—Mirá, Persley, me siento muy fuera de lugar. No sé dónde estoy, ni cómo fue que llegué acá.–Le dije, sin temor a la eventual fatality con el látigo.—No pretendo tomar el lugar de tu Maestro, pero si no quiero terminar en la boca de uno de esos bichos horribles por accidente, voy a necesitar un poco de ayuda.
—Yo… sólo soy una Unidad Bioalquímica abocada a la recolección de materiales y a la protección de mi Maestro.—Contestó, sin dejar de sonreír en ningún momento.—Mi tarea es acompañarlo y asistirlo en la búsqueda por el conocimiento mientras usted lo disponga. Quizás no sea a quién conocí, pero mi deber como su asistente, sigue siendo el mismo.
—Tengo muchas preguntas que espero puedas responderme.
—¡Con gusto, Maestro!
—Pero por favor, intentá no cambiar tan seguido a tu personalidad violenta.—Agregué.—Me da miedo.
Ella, volviendo a levantar la mirada con entusiasmo, tomó mi mano, y la apoyó en el recuadro que contenía el círculo mágico, activando un mecanismo, y abriendo la compuerta que daba acceso al laboratorio.
MENÚ
Inicio
Guias
Recomendaciones
Web Novel