Capítulo 5:
Mi Futuro en Este Mundo
Hubo una época, en la cual, el futuro y las preocupaciones no estaban relacionados, y mi única obligación era estudiar. Obligación que, siendo sincero, no tenía demasiado interés en cumplir. En ese entonces, en esa cárcel disfrazada de institución educacional, las horas transcurrían tan lento como si el reloj se reseteara cada sesenta minutos, porque no pasaba más. Ponerle un tope a la puerta a la mujer que atendía el diminuto kiosco de la escuela para que se quedara encerrada, arrojarle un cesto de basura a un docente distraido que les cayera mal, o dejarle una sorpresa pestilente en la silla a algún profesor suplente que no sabía a quién se estaba enfrentando, eran algunas de las pendejadas que hacían mis compañeros de clase y forzar horas libre para pasar el rato. El descontrol era continuo aunque, obviamente, no podían joderle la existencia a quienes laburaban en el colegio todos los santos días.
Era un tire y afloje entre alumnos quilomberos y profesores que se dejaban dominar a riesgo de no perder el trabajo. Pero yo no me prendía en esas, siempre estaba ahí, observando la situación en medio de una disputa por la autoridad del aula, hasta que decidía fugarme hacia otro rincón del colegio sin tanto escándalo.
El laboratorio del Normal 3 “XXX” de Lugano siempre me acogió cuando necesitaba apartarme de mi disperso grupo de compañeros. Este rincón, donde sólo estaba rodeado por instrumentos de vidrio, gruesos libros de referencia en las vitrinas, y algunos animales pobremente embalsamados, sirvió de refugio en incontables ocasiones para evadir el conflicto y relajarme un poco, ya que todas las aulas, por lo general, estaban dando clases cuando esto sucedía, y en el patio principal no había escondite posible. Mi lugar recurrente para encontrar tranquilidad y alejarme de la gente que causaba problemas en mi vida escolar, irónicamente, resultaba ser el de mi materia menos favorita.
Una simple ojeada superficial , en el amplio espacio subterráneo donde me hallaba con mi asistente Persley, bastó para transportarme a ese tiempo donde las cosas eran fáciles, y no había preocupaciones como pagar impuestos o escapar por tu vida para que bestias cuadrúpedas con rostros de pesadilla no te dejen como carne picada. Ese fue el pensamiento que atravesó mi mente al abrir esta gran puerta mágica que contenía un sinfín de misterios.
Ella se me adelantó, casi tan expectante como yo, al entrar en un lugar donde una sola vez relató haber estado.
—Es… muy diferente a como lo recuerdo.—Dijo ella sin esconder su sorpresa.
—Woah….—Esbocé perplejo.—¿A esto se refería con “te dejo todo lo que tengo, aunque no es mucho”?
Cuando leí la carta, no me imaginé nada particular, especialmente al darle un vistazo rápido al ennegrecido y austero exterior de la morada de Zatos, que de ninguna manera dejaba entrever lo que encontraría detrás de la puerta del sótano.
La habitación rebosaba una pulcritud casi sagrada, como si cada elemento tuviera su lugar designado metódicamente. El silencio era letárgico, y la insonoridad me daba a pensar que había algún tipo de aislación acústica alrededor nuestro, mientras mis ojos volaban de un lado a otro, intentando decodificar las piezas de este misterioso rompecabezas.
A mi izquierda, dos sectores bien delineados, marcaban el tono de la habitación. Una cortina de terciopelo oscuro ocultaba secretos que sólo el alquimista conocería. Un perchero, además, ostentaba un par de antiquísimos mantos y lo que parecían ser armaduras de corte medieval y armas de largo alcance. Y por último, cercano a ellas, en el suelo, dos robustos baules de roble, envueltos con sólidas cadenas de hierro.
A mi derecha, definiendo un área conceptualmente opuesta a la anterior, contaba con la pulcritud de un refinado y amplio escritorio, que quizás era dedicado a la tarea de lectura, ya que había un libro sobre él, y cera para vela a medio consumirse. Más allá del escritorio, se erguía un librero de dimensiones moderadas para un lugar como este, pero que de ninguna manera entraría por la puerta de mi anterior departamento, albergaba tomos tan robustos como los secretos de este mundo, y varios recipientes vacíos en los estantes inferiores.
Pero lo que realmente capturó mi atención, fue el epicentro de esta sala. Podría tratarse tranquilamente de un laboratorio convencional, como el que frecuentaba en mis días de secundaria, si sacásemos el decorado medieval de las paredes y el aura de misticismo, pero el espacio que se pintaba ante mí, parecía más un escenario de ritual antiguo, con un caldero tapado, rodeado de vasijas y tubos de vidrio que brillaban bajo una luz difusa, un pequeño taburete, y una gran circunferencia grabada en el piso, como los círculos de las puertas y las columnas interiores de la casa, pero en tamaño superlativo y sin esos diseños tan locos.
—Parece que Zatos era bastante organizado.—Comenté al recorrer el ambiente tan alejado del tiempo actual donde yo vivía.
—Todo esto le pertenece, Maestro.—Dijo ella al pasar.
Instintivamente, me acerqué a la cortina, puesto que era lo más misterioso, además del círculo en el suelo.
—¿Qué habrá…? ¡AHH!.—Grité espantado, cortándome la curiosidad.
Con justa razón, el manto aterciopelado cumplía un propósito, que no era el de, imagino, guardar un secreto inmaculado que no debía salir a la luz, sino la de tapar la mismísima cara de la muerte.
—Ah, así que ahí era donde dejaba todos los cráneos, núcleos y restos óseos que recolectábamos.—Aclaró Persley, sin inmutársele un pelo a diferencia de mi, mientras revisaba los estantes.—Entonces deberían estar por acá, veamos…
—Qué susto, la puta madre…
—¡Qué suerte!.—Dijo alegremente, entregándome un pequeño contenedor con unos cristales esféricos de un brillante color verdoso.—Todavía hay un par de núcleos vegetales que podemos usar.
—¿De verdad vamos a poder arreglar la casa usando… esto?.—Pregunté con sensatez.
Persley dudó un momento, y le pegó una ojeada rápida al frasco y, analizando cuidadosamente el contenido, informó:
—Son Núcleos Vegetales de rango S, recuerdo haberlos conseguido tiempo atrás con el Maestro.
—Lo que quise decir es….—Comenté, revoleando los ojos.—¿Cómo vamos a transformar esto en algo que tape por completo el frente de la casa?
—Usted lo hará.—Indicó.—Puede utilizar las herramientas que hay aquí para trabajar.
—¿Y… cómo lo haría?
—Los núcleos son una parte importante de la vida de un alquimista.—Explicó, girándose hacia los estantes llenos de frascos y huesos.—Con ellos puede crear toda clase de objetos, desde simples trozos de madera para construir muebles, hasta comestibles u objetos intangibles, como mi látigo.
—Ya veo.
—Estos son núcleos de rango S, el más alto, lo cual significa que, mientras más experiencia y niveles acumule, serán más fáciles de manipular, y los objetos que produzca, acabarán siendo de mayor calidad.
—En otras palabras, no puedo usarlos por ahora.–Pensé, usando una lógica de videojuego.–Ya que, por lo que veo, todavía me encuentro en un “nivel principiante” ahora mismo.
Poniendo a un lado el asunto de los núcleos y los niveles, me puse a recorrer el laboratorio, haciendo toda clase de preguntas a mi anfitriona. Entre otras cosas, me comentó que este sector, cuando ella despertó, no existía, y que el armamento colgado en la pared fue creado por Zatos. Esto lo pude comprobar tras utilizar la habilidad que volvió a prestarme Persley para ver estadísticas como lo hace ella, viendo que el nombre del creador, junto a otros valores cualitativos aparecían en la misma ventana flotante.
Este conjunto de batalla compuesto por dos armaduras a cuerpo completo, dos espadas largas, lanzas, un hacha y un martillo estúpidamente grande, contaban con una curiosa característica, que era la de no poder sujetarlos, o siquiera tocarlos, ya que había un campo invisible que rechazaba mi mano con gentileza, al tiempo que un cartel aparecía repetidas veces superpuesto a los objetos, y que rezaba “Nivel insuficiente”.
Los dos cofres, ubicados debajo del arsenal, también arrojaban el mismo mensaje al intentar removerles las cadenas, y repelieron mi mano al instante. Frustrado, la miré a Persley buscando respuesta a lo que acababa de suceder, pero aludiendo que no recordaba tales cofres imbuidos con magia, y que, de hecho, lo único que tiene en su memoria, es haber despertado sobre aquel círculo en mitad de la habitación, así que tendré que quedarme con la duda en el mientras tanto sobre qué hay dentro de ellos.
Pasando al área central, el único pensamiento que tuve, fue que llamó mi atención sólo por desencajar con la imagen previa que yo tenía de un laboratorio, la cual no incluía una caldera como las que usaban las brujas en aquellas leyendas mencionadas en cuentos infantiles, y mostrando huellas de uso intensivo, al igual que los utensilios apoyados en el taburete. Persley, agregando un comentario en la misma línea, dijo que se trataba de una caldera comprada en un bazar del pueblo cercano, y que fue adquirida por unas pocas monedas, y que fue la primera que encontraron.
—¿El círculo ese es para algún tipo de ritual?.—Volví a indagar.
—Se podría decir que si.—Afirmó ella, con aires de querer darme clases al respecto.—Este es un círculo de transmutación, y es una herramienta vital para los alquimistas como usted.
Persley se inclinó hacia el gran círculo grabado en el suelo, sus dedos rozaron con gracia la rugosidad de las marcas. Volteó hacia mi y, con una suave sonrisa, comenzó a explicar.
—En pocas palabras, es una representación gráfica de las leyes de la alquimia. Los patrones, símbolos y líneas que ve, se usan para dirigir las energías de la transmutación.—Realizó una pausa, y continuó, intensificando su mirada.—La transmutación es el acto de cambiar la naturaleza, la forma o calidad de una sustancia a otra, y cuando ésta es realizada, el alquimista manipula las energías naturales del mundo junto con la de los núcleos que recogemos. Entender y dominar estos círculos es la clave para desbloquear el verdadero potencial de un alquimista, Maestro.
—O sea, que a través de estos círculos–Pregunté, inmerso en el tema.—Puedo transformar, supongamos, una roca en… un mineral precioso?
—Claro, sólo debe conseguir su habilidad correspondiente, Maestro.—Respondió ella ante mi pregunta claramente malintencionada, e incorporándose nuevamente al lado mio.
Por último, nos dirigimos hacia aquel lugar lleno de conocimiento, donde aguardaba una enorme cantidad de libros. Persley, sin salirse de su rol como guía turística, comenzó a hablarme de contadas ocasiones, en las cuales, ella y Zatos viajaron por diversos países, recolectando información, materiales y, por supuesto, libros. Zatos, en palabras de su asistente, estaba obsesionado con este “pacto”, y no paraba de coleccionar ejemplares que le dieran alguna pista al respecto.
Había títulos muy interesantes que, a mi parecer, y más allá de la importancia que pudieron haber tenido en la vida de Zatos, me llevarían a un mayor entendimiento de este mundo al cual, tarde o temprano, tendría que acostumbrarme. Libros como “Crónicas de los Dragones de Hierro”, “Relato Sobre la Prohibición de la Alquimia: El Legado de los Caídos” o “La Esencia del Corazón: Enfoque Primordial Sobre la Energía de los Núcleos Elementales”, que se dividía en varios volúmenes, fueron algunos que Persley me señaló como grandes obras que veía leer a su Maestro, dentro o fuera de casa, cuando salían de viaje.
—¿Y este otro?.—Pregunté, con intensiones de tomar el libro sin portada que reposaba solitario sobre el escritorio.—Es como si lo hubiera dejado acá para que lo leyera.
Inmersa en la contemplación de los volúmenes que su antiguo Maestro solía leer, Persley no percibió el sutil tejido mágico que yacía en el contundente libro que yo tenía entre manos y que, con un toque inadvertido a uno de los círculos ilustrados en las hojas, desencadenó una conexión indescriptible, la cual abrió un torrente de memorias. Eran los ecos del pasado de Zatos, los cuales, sin que yo lo supiera aún, trazarían el camino de mi futuro en este mundo.
Mi mente fue invadida por infinidad de imágenes. Recuerdos que no poseían una coherencia con la vida que llevé por treinta años. No me pertenecían. Eran momentos que jamás transité y personas que en mi vida crucé. Fue un relampagueante suceso que me sumergía dentro de una fluctuante alucinación de Zatos, el pequeño hijo pródigo de un tal Theron, involucrado en un mambrullo muy delicado a juzgar por la expresión pálida de su riguroso rostro, marcando un recuerdo en la memoria de mi predecesor, que espectaba, con curiosidad, la escena detrás de una puerta contigua al salón, no una, sino en cuantiosas ocasiones.
“Los antiguos alquimistas poseían un secreto invaluable que a nuestro Santísimo Dios Ard Mahl no le gustaba nada, por eso dejaron de existir”, “El tiempo se agota, Sir Theron”, “Es afortunado de conservar tanto su familia, como su vida, Sir, no cometa más errores”, “Si no cumplen, la sangre de los alquimistas volverá a correr por debajo de los pies de mi Lord”, fueron algunas de las amenazantes frases que pronunciaba un hombrecito de baja estatura y postura recta, demostrando altanería a pesar de no medir más que Zatos a los diez u once años de edad.
Estas escenas, que podía reproducir a voluntad como si fueran mis propios recuerdos, me dejaron escéptico sobre quién era Zatos, y en qué estaba metido su padre.
—¿Maestro?.—Escuché a lo lejos, mientras volvía en si.—¿Está usted bien?
—Creo que si….—Le respondí, sin sacar mi atención del libro en mis manos.—Siento como si hubieran implantado recuerdos de Zatos.
—Correcto, Maestro.—Afirmó ella.—Logré reconocer ese patrón mágico circular cuando abrió el libro. Era utilizado por quienes dominaban la alquimia antiguamente para trasplantar memorias de corta duración, y así evitar que los conocimientos de ciertas artes ocultas sean robados y terminen en manos indebidas. Se podría decir que Zatos, mi Maestro, quiso dejar algún tipo de registro ante cualquier eventualidad.
Hay un lindo agujero esperando a ser reparado, y vaya uno a saber cuánto tiempo nos llevará hacerlo, sin embargo, encontrar un extraño diario que contiene vivas imágenes que invadían mi cabeza tan solo con tocar una hoja, como si enchufara mi mente a la computadora y me copiara un archivo de video, volvía a sacarme del eje, y me empujaba a querer saber más al respecto. Más sobre esas personas, de lo que hablaban. Más sobre Zatos. Además, Persley también mostraba cierto interés hacia este libro.
Giré la voluminosa página, revelando el tamaño real del libro, al cual comparé con una portentosa guía telefónica, pero con hojas tan gruesas como una lámina de madera. No había indicaciones por ningún lado, sólo círculos cuidadosamente dibujados que ocupaban gran parte de la superficie total de cada página, llegando a contar alrededor de cincuenta círculos, ligeramente parecidos entre ellos, dándome a entender que todos guardaban alguna clase de recuerdo en su interior, como el que acababa de experimentar.
No me resistí, y comencé a tocar varios círculos en secuencia, sumergiéndome aún más en la vida de Zatos y quienes lo rodeaban.
Por medio de sus ojos y emociones, atestiguaba cómo Zatos nunca quiso ser alquimista, ni seguir el legado de su padre, al tratarse de una tarea de insurgencia sin par, ante el implacable poder de este ser regente, Ard Mahl, quien poseía incontables ejércitos y reinos bajo su mando. Aunque, según su padre, Theron, esto no era una misión suicida, ya que los pocos sabios de la alquimia que quedaron con vida, conscientes del riesgo que implicaba confrontar al aplastante régimen que los perseguía, llevaron todos sus conocimientos a distintas partes del mundo para asegurar aquellos secretos capaces de poner en jaque a un demonio de poder incomparable. Ese fue el legado de los alquimistas caídos que, en uno de los círculos, Zatos dejó registrado.
No había punto de reconciliación con su padre. Él sólo buscaba, a través de su posición en los estratos más altos de la política, resguardar su pellejo, y continuar, lo más discretamente posible, con el legado impuesto por los antiguos sabios de la alquimia, resignando conocimientos e información sobre el paradero de esos tesoros tan bien ocultos. Esto, por supuesto, trajo consigo un dilema que, incluso a los ojos de un joven e inmaduro Zatos, era inaceptable. Ponerle precio a la seguridad de su familia para que Ard Mahl logre someter a todos de una vez, significaba una contradicción que Zatos no toleraba, que fue creciendo junto con él. Su madre, y hermanos, a quién todavía no vi en estas visiones, parecían ajenos al asunto, o por lo menos desconocerlo, mientras que su padre y él eran atormentados injustamente.
A Zatos no le importaba la lucha, tanto la de su padre como la de los alquimistas por lograr romper las cadenas que rodeaban su cuello, y su destino. Se sentía desconectado emocionalmente de ello. Para él, estaba más que perdida y carecía de sentido. Estaba cansado de soportar el peso de su padre y entregar su vida a una causa que no tenía futuro. Sin embargo, y a pesar de su desapego, la amargura y la indignación por las decisiones de su padre se arrastraban por su mente, y me golpeaban también a mi, que era sólo un testigo ocasional.
Comprendí que la vida de su familia y, en buena medida, todo aquello por lo que Theron supo pelear, pendía de un hilo muy fino que, más temprano que tarde, se cortaría.
Ese “pacto”, de alguna manera, representaba su perfecta via de escape, al llegar a la conclusión en su pensamiento, cautivo del desapego por los ideales de su padre, que una leyenda ligada a los alquimistas del pasado, era la solución que estaba buscando. Dicha leyenda, que encontró de casualidad en un relato perdido, entre los restos de una biblioteca en un pueblo abandonado que le quedaba de paso, narraba la historia de un humano, que a partir de un ritual, conseguía invocar a un ser que concedía deseos. Esta historia, en un principio la dejó pasar, hasta que comenzó a leer distintas interpretaciones del mismo relato en diferentes libros que iba encontrando, y que marcaban un patrón que, para Zatos no era sólo ficción folclórica ancestral de su mundo, sino que apuntaba a una realidad que podía poner en práctica con la suficiente investigación, e hizo virar su interés por completo.
Con cada uno de los recuerdos que ingresaron a mi ser, pude percibir una gran cantidad de emociones que me sobrepasaban, y que empequeñecían cualquier quilombo que pudiera llegar a manifestarse diariamente al levantarme en mi vida mediocre. Éste tipo vagaba sin un propósito más que el de escapar de un antiguo legado y una lucha que no le pertenecía, en un mundo controlado por una especie de demonio todopoderoso, mientras yo luchaba por no morir de inanición en un departamento que se caía a pedazos y que me costaba casi todo el sueldo del mes. No sé cuál de las dos opciones es más triste y desesperanzadora, ambas me provocan esconder la cabeza debajo de la almohada y quedarme ahí hasta que mágicamente se resuelva todo, pero creo que no va a ser posible. Involuntariamente, al caer en ese bar todo puerco para tomar una birra después de una semana olvidable, me parece que también elegí estar acá, buscando un tipo de vida diferente a la que llevaba, una menos desastrosa.
Ahora me doy cuenta de que soy yo quien tiene que vivir con el peso de continuar con la vida de un alquimista que renunció a este mundo y optó por irse a la mierda, encajándole una bolsita con todos sus problemas sin resolver a otra persona. Una actitud bastante denostable, y hasta un poco cobarde. Sin embargo, este valioso registro que dejó atrás, me sirvió para entender por la angustia y soledad que traía en los hombros, así que no lo culpo del todo. Aunque, para ser sincero, no sé qué tan moralmente correcto hubiera actuado en su lugar si contara con la alternativa de “saltar a otra realidad”.
Me encontraba algo aturdido, con la visión un poco desenfocada, y con un sudor frio en mis manos, pero no sabía muy bien a qué atribuírselo. Persley, quien estuvo en constante silencio durante estos pocos minutos en los cuales me expuse a conocer el pasado de Zatos, evitó que siguiera en contacto con los círculos de memoria
—Maestro, un momento, por favor. No debe utilizarlos con tanta frecuencia.—Me advirtió.—Éstos círculos, contienen lapsos de memoria cortos y precisos para no saturar a quién los activa, ya que el continuo flujo de información que transmite éste método, podría causarle un daño irreparable.
—G-Gracias por avisarme.—Le dije, recuperando mis sentidos.—No quisiera acabar con la cabeza quemada antes de tiempo.
Ella sonrió y, con ese tono tan melancólico, dijo:
—Nunca mencionó la existencia de un registro como este ya que sólo me limitaba a custodiarlo y pocas veces entablábamos una conversación casual. Su vida, para mi, era un misterio. Pero ahora, quizás pueda conocer más sobre él a través de usted, Maestro.
Sus sentimientos hacia Zatos, algo ambiguos y poco claros desde mi punto de vista, me llevaban a reflexionar sobre la conexión que habrán tenido, sabiendo que él no era la persona más comunicativa y abierta en el entorno de Persley. Utilizarme como medio para conocer más sobre su anterior Maestro puede ser un buen punto de partida.
—Parece que ambos tenemos problemas para resolver.—Le dije, cerrando con cuidado el libro y dejando escapar un profundo suspiro, empatizando con su comentario.—¿Sabés qué? Me gustaría tener a mano una cerveza para poder olvidarme de estos líos un rato. Después de ir a buscar los núcleos al bosque, deberíamos ir a tomar un par de birras al pueblo más cercano.
Así es, tengo mis prioridades bien ordenadas. Primero arreglamos el desastre de arriba, y luego nos vamos a tomar unas buenas birritas frías para cerrar la jornada tan particular en la que me veo envuelto. Estoy abrumado después de todo lo ocurrido, y necesito desesperadamente una distracción, algo que me resulte familiar en este extraño y desconocido mundo. Siento que me lo merezco.
—¿Cerveza? ¿Birra?.—Contestó Persley, completamente confundida, acercando su dedo índice a la mejilla.—Disculpe, Maestro, debo decir que no conozco tal concepto. ¿Acaso es algún tipo de objeto consumible?
—…es joda ¿Verdad?.—Tuve que repasar mentalmente lo que Persley acababa de decir para terminar de comprenderlo.—¿No sabés qué es una cerveza? ¿No hay cerveza en este mundo? ¿Me estás hablando en serio?
La cara de poker de Persley me comunicaba todas las respuestas pertinentes a mis inquisitivas preguntas anteriores. Vi, en los recuerdos de Zatos, edificios con arquitecturas complejas, o mismo en este laboratorio, hay libros sobre temas incomprensibles para una persona normal y armas de gran porte, sin embargo, ella sugiere que no hay nada similar a la cerveza.
¿En qué clase de mundo de mierda terminé atrapado?
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