Capítulo 1:
El Microcentro en Menos
de Tres Minutos

Era una típica noche porteña a principios de Junio, en medio de una zona céntrica de habitual caos vehicular y violentos bocinazos que lentamente iban siendo tragados por el horario vespertino, volviéndolo un territorio desolado, habitado sólo por el silencio que era interrumpido brevemente por algún ocasional transporte de pasajeros que seguía de largo al no haber gente en las paradas.

Un penumbroso lugar de a ratos transformado en un valle sin actividad, luego de que las oficinas, que ocupan la mayor parte del inmobiliario en estas cuadras, entraba en la finalización de la jornada laboral, momento en el cual los trabajadores, como saliendo de hormigueros, emprendían rumbo a su hogar. Al igual que en las escuelas, ya no quedaba ni un alma merodeando. Solo yo, un docente que se puso a corregir trabajos atrasados de los chicos. Pero no me quejo, dispongo de un sepulcral ambiente que me deja procesar más rápido algunos de los incomprensibles textos escritos a las apuradas, tarea que no me permito realizarla durante el día por el constante ajetreo, en especial los días viernes, como hoy, que no tenía ganas de llevarme obligaciones a casa, ya habíamos entrado de lleno en el fin de semana. Merecía disfrutarlo.

La labor está hecha, y la intimidante montaña de papel quedó archivada para su posterior entrega el lunes, así que, sin más, tomé mis pertenencias al tiempo que saludaba a Don Ernesto, el encargado de la limpieza y mantenimiento que cruzaba el largo pasillo frente la sala de profesores, preparándose para entrar a su turno.

No tenía mucha idea de cuánto tiempo había estado corrigiendo. Las horas vuelan cuando uno se la pasa repartiendo aplazos, así que agarré mi celular para revisar la hora. Normalmente no lo sacaría hasta llegar a casa, mucho menos en plena vía pública, pero no pensé que podría pasar algo.

Pasó tan solo un segundo de haberme descuidado. El celular desapareció de mi mano justo antes de siquiera ver mi hora de salida.

Siempre creí que había que ser bastante pelotudo para que te lo roben de esta forma tan poco sofisticada, de un manotazo. Pero ahí estaba yo, inmóvil, con la mano sosteniendo un cetro de aire, como el rey de los pelotudos. Me faltaba la corona nada mas.

Giré la cabeza, y pude divisarlo a la perfección. No había un solo peatón circulando por este lado del Microcentro, así que fue fácil largarme a correr para recuperar mi aparato. Que ni siquiera valía demasiado, si es que su plan fuese venderlo en alguna de esas amigables tiendas donde no te cuestionan la procedencia del equipo, y ni hablar de presentar documentación que te valide como auténtico propietario. En fin.

El pique desde Avenida Córdoba hasta Corrientes por esas callecitas angostas, mientras iba esquivando bolsas de residuos y baldosas rotas como un campeón olímpico en menos de tres minutos, fue descomunal, me pregunté cómo se suponía que un enano de estos pudiera acelerar y mantener el ritmo con tanta destreza. ¿Será que hace el mismo recorrido todos los días cada vez que roba un celular? Las zapatillas que lleva puestas están mas blancas que mi camisa nueva, no sería para nada sorprendente pensar que las consiguió aprovechando un descuido de pobres idiotas como yo.

No pude ver muy bien lo que sucedió, pero hizo que bajara mi frenética marcha casi de golpe. La única fuente de iluminación en este pasaje venía de un foco gastado que colgaba en la entrada de vaya uno a saber qué antro, y yo, que hago deporte de tanto en tanto, estaba que escupía las tripas si la persecución duraba una cuadra mas.

Desde mi posición, a unos cuantos metros detrás del punguista, creí estar desvariando al ver como un contenedor de basura, del tamaño de un auto compacto y que no es un objeto que se pueda mover a la ligera, simplemente se desplomó y rodó hacia un lado, desparramando parte de los deshechos en la acera, bloqueando el camino del ladrón, que se estampó de narices en el plástico rígido antes de caer en una vereda casi tan sucia como sus ropas, mas no sus zapatillas que seguían impecables.

Detrás del robusto contenedor, salió una peculiar figura envuelta en un coqueto, y largo, sobretodo negro que contrastaba elegantemente con sus cabellos platinados. Y no era lo único que contrastaba. Su silueta, bien contorneada a pesar de traer una vestimenta invernal, era resplandeciente, y no en sentido figurado, sino que estaba rodeada por un tenue fulgor blanquecino casi imperceptible a mis ojos, quizás producto de semejante trotada nocturna, debía estar muy agotado y las luces de la Avenida Corrientes que se asomaban al fondo habrán conspirado para engañar mi visión.

Ni me miró, sólo dio unos pasos para inclinarse hacia donde yacía el aturdido ladrón y levantar algo entre los residuos desperdigados. Ni siquiera buscó lo que era, apenas se inclinó, lo levantó, como si su visión fuera la de una lechuza.

– Hey –dijo ella, incorporándose hacia mi, sonriente, con un brillo muy particular en los ojos que podía percibir desde la distancia, y sosteniendo un celular.– dies gehört dir, oder?

No manejo en lo absoluto el alemán, asumiendo que sea el idioma nativo de esta chica, que claramente quería que viera lo que encontró. Sin mas, dio unos brincos entre la basura y se acercó hasta mi, que hacía lo posible por no desarmarme del cansancio.

– Dies, dies –volvió a repetir, esta vez con mas énfasis, señalando el celular, a su vez que mostraba una simpática sonrisa, sin poder adivinar si se estaba riendo de mi carencia en lenguas extranjeras o de mi desastroso estado físico.

Agarró mi mano izquierda, puesto que la otra la tenía ocupada secando mi rostro con un pañuelo descartable, la envolvió gentilmente entre las suyas, junto con el celular y dijo:

– Verlier es nicht wieder, okay? – Siempre sonriendo.

Digamos que, a través de su mirada y el sugestivo tono con el que me entregó mi móvil, logré interpretar algo como ‘la próxima no seas tan pelotudo y guardalo bien’.

– Thank you. – Solté, apresurado, convencido de que por lo menos podría agradecerle usando mi sofisticado acento inglés – What is it your name?

Ni se inmutó por mis habilidades lingüísticas. Se quedó mirando, con suma curiosidad, el costado de mi pantalón, más exactamente, la cadenita que salía de mi bolsillo y que estaba bien aferrada a mi cinturón. Volvió a cruzar su mirada conmigo, y señaló el bolsillo, como si quisiera que le de la cadena. Estaba empezando a dudar de quién era el ladrón acá.

– I can’t did that – Respondí tajante, desconociendo por completo sus intenciones, y, en parte, hasta lo que yo mismo estaba diciendo. Bah, el inglés no era mi fuerte.

A todo esto, podía escuchar los quejumbrosos intentos del enano por levantarse, pegando manotazos a lo que tenía alrededor. Daba un poco de lástima ver cómo el pobre, irónicamente, buscaba la forma de salir de la mismísima basura. Ambos lo miramos con desdicha, en especial ella, no parecía estar muy acostumbrada a semejante escena. Tampoco yo, pero no era muy agradable ver a un pibe colapsado no solo por el golpe, sino por las drogas que no lo dejaban ni pararse.

– Dein Obelisk –Dijo la muchacha, cambiando el semblante de su mirada, como si de repente algo la perturbara. – Zeig mir deinen Obelisken, komm schon, schnell.

Pensé que esa era mi oportunidad de no quedar como un boludo total, la chica sólo quiere ir al Obelisco.

– ¿El Obelisco? Ehh… you can go from here in… Corrientes. – Perfecto, la cagué.

Ella negó con la cabeza de inmediato, interrumpiendo mi explicación de cómo llegar al Obelisco, y señaló otra vez mi bolsillo, esta ocasión con mas insistencia que antes, casi palpando el costado de mi jean.

Al ver mi cara de simio confundido, miró hacia ambos lados, con algo de paranoia, y se aseguró que nadie pudiera observarla, además de mi. Omitiendo el detalle del drogadicto nadando entre basura, claro. Entonces, por el cuello, sacó un objeto de su apretado sweater, y lo puso frente a mi, resguardándolo entre sus sedosas manos. Era muy familiar, e irradiaba una luz muy suave. Era la misma luz que la rodeaba hace unos segundos, e igual a la que emitían sus ojos cuando estos se posaron en mi por primera vez, creyendo que era tan solo un extraño reflejo. Era un objeto que emanaba calor, como un foco de luz incandescente, pero que, por el contrario, no me quemaba cuando lo rocé con mis dedos. Era… como el que yo tenía.

Llevé la mano a mi cintura y desprendí el gancho que sujetaba la cadena, y saqué mi colgante del bolsillo. Pude notar en esta chica, que ni siquiera sabía su nombre o qué era lo que necesitaba de mi, cómo se le dibujaba una graciosa mueca en el rostro levantando una ceja cuando vio que el pendiente que colgaba de una cadena de plata, formaba parte de un manojo de llaves que pertenecían a varias cerraduras, principalmente de mi trabajo y hogar.

– Willst du mich verarschen? –Respondió, conteniéndose la risa

– Pero el mio no tiene esa luz, como el tuyo…

Los comparé a ojo, ignorando su reacción y respondiendo algo que supuse no tenía nada que ver. A simple vista no presentaban diferencia de tamaños, pero el suyo contaba con bordes y puntas mas redondeadas, y la base, desde donde iniciaba la cadena, era un poco más ancha. El que saqué de mi bolsillo junto a las llaves, en cambio, tenía los vértices más definidos. Era un obelisco en escala, como el de la 9 de Julio, solo que transparente.

–Momento ¿Acaso te referías a…?

–Wow, es ist genau so, wie er es mir gesagt hat –Comentó sorprendida, examinándolo de la misma manera que yo lo hice– Schnell, es gibt keine Zeit zu verlieren, Renzo.

Lo escuché, dijo mi nombre. Ciertamente lo hizo, y a menos que Renzo sea una palabra de uso común en alemán, asumiendo que el idioma con el que intenta comunicarse conmigo lo sea, esta chica sabe cómo me llamo. Ahí consiguió toda mi atención. Entré en duda, ya que no creí que se haya venido desde la otra punta del mundo para pedirme que le muestre el Obelisco y la 9 de Julio. O quizás si, pero era poco probable.

Sus gestos y expresiones, que eran mi único punto de entendimiento con ella, seguían tensos, por alguna razón. Hasta que algo la motivó a moverse, y a sujetarme la mano, con mi pendiente aún en la palma. Enfilamos en dirección a Corrientes, que estaba a unas dos cuadras de nosotros aproximadamente. Pero al llegar al contenedor de deshechos, nos frenamos.

– What’s up? – Le dije, intentando comunicar mi total incertidumbre, tanto por haberme agarrado la mano como por detenernos justo al lado del pibe que corrió unas ocho cuadras y que ahora estaba luchando por levantarse.

– Es ist gefährlich hier –Me respondió en un tono serio, haciendo una breve pausa– Aber ich kann es nicht so belassen…

Me cuestioné si era apropiado seguir preguntando cosas en inglés si ella continuaba respondiéndome en alemán, pero lo dejé pasar.

Ahí mismo, no me pude dar cuenta al preciso instante que sucedió, pero desde mi mano, la que ella mantenía sujetada con firmeza, brotaba un calor un tanto elevado, como si estuviese metiendo la mano muy despacio dentro de la boca de un horno encendido. No era normal. Fue entonces cuando ella, inexplicablemente, volvió a rodearse de una singular luz blanca, que también envolvió parte de mi brazo. Su colgante, por completo a la vista y fuera de sus ropas, emitía también ese mismo fulgor que me cautivó. El aire alrededor se puso mas denso, y me costaba respirar, al tiempo que sus ropas y las mías se ondulaban al ritmo del aire cálido que circulaba a nuestro alrededor.

– Calma, Renzo. –Me dijo, volteando su cara hacia la mía, animándome a observar lo que estaba sucediendo.

Realizó un suave movimiento usando su mano derecha y, como si fuera magia, vi al ladrón, que estaba sentado entre las bolsas, deslizarse hasta la pared que tenía detrás, sin darse mucha idea que su cuerpo se movía solo, o de lo que pasaba a su alrededor, quedándose apoyado en una posición un tanto mas normal, perpendicular al suelo, casi a punto de perder la conciencia. Una vez que acomodó al chico, puso su atención en el bote de basura abierto que yacía en la vereda.

–Okay, ahora si tengo un par de preguntas… –Le dije, pero no respondió, sino que se limitó a abrir su palma derecha apuntando al frente, y cerrando el puño, como si estuviera agarrando algo en el aire. Automáticamente, el pesado objeto, que, aún con algunas bolsas afuera, duplicaba fácilmente, y quizás hasta triplicaba el peso de una persona, regresaba al lugar sin siquiera haber sido manipulado de cerca, dejándome atónito.

Por último, realizó una maniobra similar, esta vez, con los dedos índice y anular extendidos de su mano libre, haciendo un movimiento circular con el brazo repetidas veces, y, antes de que yo pudiera reaccionar, las bolsas del suelo, una por una, iban danzando hasta terminar en la abertura superior del contenedor.

–Was für ein schöner trick, Vivika. –Dijo alguien levantando la voz, a unos diez o quince metros por detrás nuestro, era difícil distinguir entre penumbras. –Es scheint, du bist uns voraus, huh?.

– ¿Es amigo tuyo? –Esperando una respuesta positiva con todo mi ser, le pregunté en voz baja.

– …no.

Distantes pasos que golpeaban el cemento mojado por el clima húmedo, retumbando dentro de nuestros oídos, que dejaron de escuchar otra clase de sonidos que no fuera el de los zapatos quebrando el silencio en la oscuridad de la estrecha calle, lo que ponía en alerta a quien no liberaba mi mano. El halo de luz blanquecino en su cuerpo se había esfumado en un parpadeo, y mi mano retomó su temperatura ordinaria, sin embargo, cruzamos una sutil mirada, y, al hacerlo, pude percibir inconscientemente su propia inquietud por lo que podría llegar a suceder.

Di unos pasos al costado, queriendo retomar el rumbo hacia Corrientes, pero ella, cabizbaja, se quedó en el lugar.

– Ich nehme an, du weißt, warum ich hier bin, oder? –Dijo la figura con una voz rasposa y con mucho cigarro encima, de gran porte, cubierto innecesariamente hasta la nariz por una bufanda, y vistiendo una especie de gabardina, muy de película de los años 80. Sin mencionar el detalle de los lentes oscuros a mitad de la noche, aunque eso era lo menos extraordinario del asunto.

–Renzo –Llamó mi atención– No te asustes.

Al pronunciar esas palabras, no solo logró el efecto contrario, sino que un rotundo escalofrío como ningún otro cruzó mi espina, seguido de aquella suave y cálida sensación que un momento atrás envolvió piel, pero ahora con mas intensidad que antes.

Apreté los dientes sin pensar, esperando lo peor. Vi volar violentamente el contenedor entero, propulsado por Dios sabrá qué cosa, sobre el muchacho recostado aún inconsciente en la pared y a centímetros de su cabeza, con todo y bolsas, en dirección a la sombra que venía hacia nosotros. Como si se tratara de un pedazo de telgopor, era ridículo. Supe que esa era la señal que había transmitido para emprender la segunda, y con suerte, última corrida maratónica de la noche.

Un profundo golpe hizo eco en la antigua y quebradiza fachada del callejón, provocando que en plena retirada regresemos la atención por una milésima de segundo hacia este desconocido personaje envuelto en penumbras. Entonces, una surrealista imagen recorrió el rabillo de mi ojo hasta fundirse en lo profundo de mi retina. Imagen que se desprendía del hombre que, a mi entender, era una persona tan corriente como yo.

Una gran cantidad de basura volvía a caer sobre la calle, pero esta vez, desde un contenedor sostenido tan solo con un brazo en alto, hundido en uno de sus laterales hasta la naciente del codo.

Sin duda, lo que antes entendía, erróneamente, como un truco, o ilusión provocada por un exceso de agotamiento físico, iba quedando más claro con cada segundo que pasaba, dejando cualquier teoría de origen paranormal fuera del tablero.

Tomados de la mano, corrimos lo más rápido posible hasta llegar a un lugar seguro, o por lo menos, doblar en Corrientes.

–The subway, we must go to the subway –Pensé en voz alta mientras corríamos.

–Entiendo español, Renzo. –Me respondió con una confiada sonrisa y un acento muy artificial, a pesar de la situación.

Unos veinte metros nos separaban de una zona mucho mas abierta, en donde poder buscar a un policía o alguien que pueda ocuparse de esto.

De pronto, y sin previo aviso, la implacable figura camuflada entre las sombres del lugar, de la cual creímos haber estado a salvo, lejos, a una cuantiosa distancia precautoria, descendió tiesa ante la ingenuidad de nuestra mirada, o al menos de la mía. El rigor de su presencia hizo sacudir el suelo debajo de sus pies. Su repentina aparición desde el cielo me descolocó, casi dándome de cabeza contra su musculatura, igual que ella. De lejos no aparentaba tanta altura, pero ahora que lo veo de cerca, el tipo me llevaba fácil una cabeza y media, y considerando que mi estatura ronda el metro con setenta, me pareció un tamaño absurdo para tener semejante movilidad. Ni me quiero imaginar cómo fue que pudo alcanzarnos.

Su mano soltó la mía, y empujó mi hombro con fuerza para evitar que un voluminoso puño impactara mi cuerpo, siendo ella la que recibió el golpe de lleno. O al menos eso era lo que pude ver antes de tropezarme y caer como un saco de papas en el asfalto. Me asusté, pero desde el suelo observé, perplejo, no solo como resistió tal sacudida, sino que al hacerlo en una fracción de segundo, brotaron chispazos por doquier, a la vez que un penetrante sonido de notas metálicos acompañaba tal impacto, y que jamás había visto o escuchado antes.

– Renzo… –dijo manteniendo la postura con gran esfuerzo, y deteniendo un formidable golpe con su antebrazo– tu Obelisco… úsalo.

Me quedé en blanco.

¿Cuándo fue qué la normalidad de mis días acabó de una manera tan estrepitosa en el inodoro? Porque, aunque no lo parezca, soy un profesor muy capaz, una persona disciplinada, y me mantengo al margen de los problemas que no me aportan nada. ¿Es esto una barrera necesaria en mi vida? La situación claramente me pasó por encima, como el último examen que les hice a mis alumnos en los tres cursos que tengo a mi cargo, en el cual solo cuatro salieron con calificaciones favorables.

Pero… ¿Esto? Esto era otro nivel de caos, uno que estaba exento de toda cotidianeidad posible de ser un profesor de secundaria, incluso exento de la violencia implícita en el hurto de un celular en la via pública, una alteración tan grande que mi mente no la podía procesar del todo. ¿Para esto me dejó el pendiente mi viejo? ¿Qué se supone que haga con él? ¿Darles el condenado cristal de cotillón para que me dejen en paz? Miré con rigor el objeto cristalino en mi mano. Era un inútil pedazo de vidrio con el único propósito de hacer que mis llaves estén mas vistosas y puedan ser reconocidas en los lugares que frecuente si las extravío. Nada más. ¿Se supone que tengo que activarlo gritando como He-Man?

Un segundo impacto que, esta vez, era detenido únicamente con la palma de una mano, llevó a que mis ojos, redondos como un plato, observaran el increíble momento de la colisión sobrenatural, la radiante manifestación luminosa en ambos cuerpos que luchaban el uno contra el otro por no retroceder. Entonces, con la ironía del caso, lo vi. Una fuerza que no podía atribuirla a nada que conociese, la cual pude percibir a la perfección gracias a que veía lo que estaba sucediendo directamente desde un costado. Entre la palma de la rubia platinada y el furioso puño de la torre humana que amenazaba con destruir aquel rostro con delicados rasgos europeos, había un sutil espacio invisible que retuvo en el lugar, por segunda vez consecutiva, el manotazo que, me atrevería a decir, dejaría aturdido o hasta con el cuello roto, con todo y guardia en alto, al mas ávido luchador de artes marciales. Pero no fue así. Luego de varios intentos frustrados por romper una inverosímil pared que soltaba chispas, como si el brazo de este sujeto se tratara de una máquina para soldar automóviles, sentí que tras esas gafas de Sol había una mirada muy pendiente de mi.

– Wow, In dem Bericht wird nicht erwähnt, dass Ihre Resonanz so stark war. – Dijo el atacante retrocediendo, agitando un poco sus manos en clara señal de molestia¬– Aber weißt du was? Du bist nicht mein Ziel, Vivika.

La bufanda era gruesa, pero no lo suficiente para ocultar el sonido de la malicia en su sonrisa,

Girando el gigantesco torso hacia mi, se abalanzó como un tigre sobre su presa, alistando uno de esos letales puños. Me vi por un instante con el cráneo sumergido en lo mas profundo del pavimento. Instintivamente antepuse mi brazo cubriendo mi cara, como si eso fuese a detenerlo. Al abrir mis ojos, luego de unos interminables segundos, el tipo de gabardina estaba encima mio, literalmente, suspendido en el aire.

–Planen Sie, den Sohn eines Verräters zu retten? –Decía– Alle seine Wege führen zum Tod.

Lo que hablaba no parecía estar dirigido a mi, además de que, obviamente, no entendía una sola palabra, pero al ver la expresión en el rosto de esta chica, a quién si estoy en lo correcto nombró Vivika un par de veces, supuse no era nada bueno.

– Wie lange kannst du mich wohl noch aufhalten? – Vociferó, a la vez que contorsionaba sus músculos con mas fuerza aunque sin suerte. Las ataduras invisibles apenas le dejaban mover las piernas.

Era horrible. Odio no tener el control. ¿Qué estaba haciendo? Pude escapar mientras el tipo de gabardina era sostenido por una fuerza mística muy al estilo Star Wars, sin embargo, ahí me quedé. La curiosidad y el morbo de ver el desenlace a lo desconocido me consumía las células y le ganaron a mis ansias de huir.

Ante mi inacción, la chica envuelta en un reflejo casi imperceptible, tomó carrera y, como si se tratase de un lanzamiento de jabalina, catapultó de un movimiento al cuerpo que flotaba ante mi, siguiendo la trayectoria del camino por donde veníamos.

– Vamos, Renzo. –Dijo, volviendo su atención hacia mi y estirando su mano para ayudar a incorporarme.

Dejé pasar unos segundos, intentando percibir algún estruendo o señal que me diera a entender que aquella mole, que juraría mide más de dos metros de estatura, haya colisionado con fuerza sobre un objeto en la vía pública, como un auto, o un semáforo, que se haya interpuesto en el camino, pero sólo se escuchó el sonido la vibración del aire recorriendo Maipú, y perdiéndose en lo profundo del pasaje. Por supuesto, no nos quedamos a esperar pacientemente a que nos vinieran a devolver la sacudida, así que tomé la mano de mi salvadora y me incorporé como pude.

–¿Eh?

La pobre alma desvanecida frente a nosotros que no emitió sonido alguno durante el enfrentamiento, conservaba la mirada perdida en un horizonte imaginario, tal cual lo dejó la chica de misteriosas habilidades. No me percaté en un principio, pero yo lo conocía. Entre la frenética noche que estoy padeciendo desde que salí del colegio hace un rato, y la poca luz de los alrededores me costó verlo.

–¿Rodri? –Pregunté al acercarme.– ¿Rodrigo Acosta?

– Renzo, hay que salir de aquí cuanto antes.

– Es un alumno mío –Le dije, sin apartar la vista del muchacho–No puedo dejarlo acá.

Me incliné y lo sujeté de los hombros para ver si reaccionaba, pero estaba muy mal. No coordinaba el habla, y sus palabras no eran más que un conjunto de murmullos entrelazados que no tenían sentido alguno. Él era la clase de pibe que no paraba de acumular ausencias, y que cuando aparecía, era para agarrarse a piñas con alguien. Nadie pudo sacarlo del lugar de donde está, lo cual me hacía sentir para el carajo.

–En el colegio conocemos estos casos.–Le conté, cabizbajo– Y cada tanto organizamos jornadas especiales para ayudarlos, porque ni sus familias pueden a veces.

–Ya veo. Esos chicos dependen de ti. Tú les enseñas, pero además los cuidas, y te preocupas. Eres más que un profesor de escuela. Lo siento.

No supe qué responderle. Se veía apenada, y con algo de culpa.

–Deberíamos llevarlo aunque sea a un lugar seguro. –Aconsejó. – La primer amenaza está inmóvil por un rato.

Eso de “primera” no me gustaba en lo absoluto, pero no lo cuestioné, por ahora.

Cargué con Rodri en mi espalda, sintiendo, apenas lo subí, una clara deficiencia alimenticia, además de un fuerte olor a pegamento que daba escalofríos, y que contrastaba, desgraciadamente, con su calzado de marca.

Con él a cuestas, atravesamos la cuadra que nos faltaba recorrer de Maipú, y doblamos en la Avenida Corrientes, en busca de la preciada boca de subte.

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