Capítulo 2:
Mi Último Tren

– No sé si conocés la zona, pero podemos bajar en la estación Florida que está a unas cuadras. –Indiqué con la cabeza, al tener mis manos ocupadas.

En el trayecto, no muy lejos, había una de estas garitas de seguridad vigilando los alrededores, aunque no sabría decir, por su expresión, si el oficial dispuesto llevaba a cuestas muchas horas al hombro, o simplemente, no tenía ganas de trabajar. Por esta zona, en particular la del microcentro, solían merodear personas sin rumbo, quienes al no tener un plan de vida o un techo que los acobije, iban de un lado para otro, esperando que alguien caiga desprevenido. Tal y como me sucedió a mi. Por lo cual, no sería de extrañarse que, al custodiar un sector con este tipo de actividad nocturna, sea recurrente ver menores en situación de calle, drogándose, o cometiendo ilícitos en alguna de las calles transversales a las avenidas, con tenues luces que apenas iluminaban el frente de los negocios con persianas bajas.

El uniformado permaneció distendido al vernos llegar con un joven inconsciente a cuestas, y realizando brevemente las preguntas de rigor mientras lo dejábamos sentado, dentro de la garita, aún mascullando palabras incompatibles entre si. Enseñamos nuestra documentación, que ni siquiera fue analizada a fondo, y nos retiramos, alegando que se nos podría ir el último subte, simulando una ordinaria vuelta a casa. Agradezco que no haya sospechado en ningún momento, porque no tendría la menor idea de cómo explicarle lo que acababa de ocurrir.

Unas cuadras más adelante, nos sumergimos en la boca de subte, impregnada por el tibio aire que recorría los pasajes, encontrándonos con un guardia casi dispuesto a cerrar la reja de acceso.

–¡Ah¡ – Exclamó al vernos, con llave y candado en mano. – Si se apuran puede que lleguen a subirse al tren que está por salir de N. Alem.

Le agradecimos y bajamos apresurados por el largo pasillo hacia las escaleras mecánicas para arribar al andén que, como era de suponerse, estaba completamente desierto. Y el silencio era incómodo, además. La persona conmigo apreciaba la cartelería animadamente, como un turista más. Por mi parte, ya quería llegar a mi casa, ducharme y dormir de una buena vez. Pensamiento que atravesó mi cerebro, y que logró que me desligue de la realidad por primera vez en la noche, siendo interrumpido por un bocinazo que me hizo volver.

*CLANK*

– ¿Mmm…?

Como dijo el guardia, el tren sonaba en las cercanías del túnel, dejando ver sus luces frontales que ingresaban por la estación. Pero entre todo ese ruido que hacía retumbar el angosto andén de Florida, creímos haber escuchado algo más.

*CLANK*

El tren, vacío, por lo que se mostraba a través de las ventanas, debido al horario, detuvo su marcha. Si no lo hubiera podido tomar, la alternativa que quedaba era una larga, y arriesgada, caminata hasta un colectivo que me deje en las inmediaciones de Almagro, o lo que se suele tomar cuando no quedan más recursos: un taxi. Que, por supuesto, sale más caro a estas horas.

Ya a punto de dar un paso para abordar, detuve mi pie de inmediato ante un cambio en el escenario.

–¿Qué carajo? –Solté, un poco sorprendido, mirando a los costados¬– ¿Qué le pasa a la luz?

La extranjera me apuró a entrar, y desde adentro, en el último vagón, vimos como volvía de forma intermitente la iluminación general del lugar. Fue un momento raro que, en otra situación se la podría atribuir a una falla en la manutención de los cables, causando el desperfecto, o, incluso, que alguien esté jugando inocentemente con los interruptores, pero de antemano, sentía en el convulsionado aire de la Línea B, que no podía ser algo tan sencillo. Aunque, a decir verdad, en este punto, lo que pasara, me daba lo mismo. Estaba exhausto, y acomodarnos en los asientos, de espalda a la plataforma, fue lo más cercano a un respiro que tuve hasta ahora.

Tan solo bastó pensar en ello, y cerrar los ojos un breve instante, para escuchar nuevamente un ruido estremecedor, de esos que no son muy comunes en el día a día, y que fácilmente ponen a uno en alerta, reactivando los sentidos. Como esos días de poco descanso, luego de una larga jornada, en los que un impiadoso reloj marca la hora de levantarse.

Vivika apuntó con la mirada fija a través de la ventana, preocupada, en dirección a la escalera por donde descendimos y, lejos de estar somnolienta y cabeceando como yo, se mantenía expectante a un inminente peligro que, si tengo que suponer, era cuestión de segundos para que surja.

Lo que distinguió fue un bulto, del tamaño de una bolsa de consorcio, que voló por ese mismo arco que atravesamos momentos atrás, siendo depositado con violencia en el primer vagón, provocando ese fuerte golpe que sentimos, justo cuando la campana marcaba la partida hacia Juan Manuel de Rosas, cerrando todas las puertas al unísono.

Todas, menos una.

El brutal estallido de ambas puertas corredizas siendo arrancadas de cuajo, con todo y marco, casi desde la otra punta del ferroviario, por una monstruosa arremetida mientras nuestro transporte estaba saliendo de la estación, nos dejó sin palabras.

No nos perdimos de ningún detalle. El tren, para la cómoda circulación de los pasajeros, no contaba con separadores que interconectaran los vagones, por lo que una persona podría ir de punta a punta, los siete vagones, sin tener que andar abriendo puertas.

El perfil sobresaliente de una sombría figura con gran porte, envuelto en una gabardina negra, se irguió sobre la pila de vidrio y otros diversos componentes mecánicos que quedaron desperdigados por el suelo y, dejando pasar a través de sus largas ropas oscuras el turbulento aire que entraba por el hueco lateral, levantó aquel bulto con una sola mano, y fue, a paso lento, arrastrándolo, dejando una estela de intenso color rojo detrás.

– ¡Vivika! – Gritó, levantando lo que parecía ser un torso. – ¡Liefere das Obelisk-Kind und seine Scherbe oder das Blut hört nicht auf!

Para este momento, nosotros ya nos habíamos levantado del asiento, muy a mi pesar, para hacerle frente una situación que pasó de extraña a trágica en menos de una estación.

– ¿¡Qué te dijo!? Escuché tu nombre ¡Dale!

– …

No recibí respuesta. Lo único que me devolvió fue una mirada cortante, como si esto ya lo hubiera experimentado. El enfrentar el peligro, presenciar una carnicería. Un puto cadáver partido al medio que no paraba de gotear fluidos ennegrecidos, no le movía un pelo.

El hedor repulsivo que llegaba a mi nariz, que brotaba del cadáver, presumiblemente del guardia que nos cruzamos en la escalera, al estar vistiendo los mismos colores, y que era transportado por la nueva corriente de aire, me produjo náuseas. Pensé que ese pedazo de carne, irremediablemente, podría ser yo cuando este tipo me agarre del cuello y empiece a desmembrarme como a un pollo.

Lo extraño, si es que todavía puede haber algo que lo sea aún más, es que comenzaron a fallar las luces a medida que iba acortando su distancia con nosotros. La misma falla que vimos en la estación. Daba unos pasos y los focos parpadeaban, era realmente una escena dantesca. Y, encima de todo, caía en cuenta que estábamos atrapados dentro de este ataúd gigante sobre rieles, hasta llegar a la intersección con 9 de Julio, en Carlos Pelegrini, donde subirían más pasajeros, encontrándose con este fabuloso circo del terror en plena función, preguntándose por qué había una puerta destruida, restos humanos o un reguero de sangre sobre los asientos y hasta en las mismas paredes interiores. Esto se iba convertir en un matadero subterráneo, si continuaba hasta el final de la línea.

El recorrido hasta la altura de 9 de Julio era relativamente corto. La complicada meta que teníamos que alcanzar era, sin duda, la supervivencia hasta llegar a ese destino en un minuto y medio. Sin embargo, la diferencia fundamental con la situación anterior, donde podía echarme a correr libremente, era que acá estaba encerrado, y las chances de escape eran nulas. Y la peor parte de todo, es que si me quedaba enroscado debajo de un asiento, en el último rincón imaginable del tren, esta persona, quién no tuvo inconvenientes en seguirnos el paso hasta acá, y ya habiéndolo neutralizado una vez, tardaría medio segundo en encontrarme, tirarme a las vías de cabeza, y rajar sin poner en evidencia una sola pista, descarrilando el tren de una patada para cerrar la noche a lo grande.

– ¡Ey, vos! ¿¡Qué mierda está pasando!? ¬– Enfurecido, salió a los gritos de su cabina, con un dispositivo de comunicación en mano, el conductor del subte, que se plantó frente al agresor, saltando partes del tren que manejaba.–¿¡Vos hiciste todo este quilombo!?.

De camisa y corbata, desquiciado, y con el pelo algo alborotado, puso en palabras lo que yo tendría que haber dicho varias veces ya, tratando de ponerse en contacto con alguien del otro lado del handy, con nada de suerte, y omitiendo por completo la diferencia de tamaños, o el detalle, para nada tranquilizador, del torso siendo arrastrado. Supongo que yo tampoco estaría muy feliz, si en mi último recorrido, previo a colgar el uniforme de trabajo un viernes a la noche, una sola persona desata semejante caos.

La parca de abrigo y sombrero apartó la mirada de sus objetivos, que ya estaban acercándose, teniéndolo a solo unos metros, en el extremo que conectaba con el primer vagón, y nosotros del lado opuesto del segundo.

Las luces formaban patrones sincrónicos al apagarse, con una latencia que se irradiaba desde la posición central, donde estaba este desconocido, y se extendía por todo el sistema de alumbrado. Hasta me dio la impresión que algunas de las luces de neón en el túnel, sufrían de esta falla al pasarles cerca.

El trabajador, que apostaría, tuvo esa prepotencia por verse envuelto en este caos circunstancial e impedir terminar bien una jornada de viernes, reportaba lo sucedido a un aparato que arrojaba puros sonidos estáticos que se iban apagando, al tiempo que las luces alrededor, de manera abrupta, nos dejaron de iluminar.

Hubo un agudo grito de dolor en medio de la parcial oscuridad del ambiente, que tardó unos segundos en restaurarse. Mientras el aparato, que yacía en el suelo, humeante y con la carcasa a medio derretir a los pies del conductor, quien sacudía el brazo como si lo hubiera metido en una olla de agua hirviendo, fue inutilizado momentos atrás. Incluso antes de que el maquinista intentara conseguir una respuesta al otro lado del altavoz.

Una vez más, volteó hacia nuestra posición, acomodándose el sombrero con la mano libre, y suspiró.

– Ich brauche den Jungen und seine Scherbe, oder das hört nicht auf–dijo, con una ronca, pero serena voz, manipulando la mitad del cuerpo que pertenecía al guardia¬–¿Bist du bereit, die Konsequenzen zu tragen? –Concluyó en su lengua natal, inentendible para mi.

– ¡Wenn Renzo in die Hände Ihres Chefs fällt, wird die Welt untergehen!–Le replicó, antes de mirarme profundamente, transmitiendo algún tipo de resolución personal, y sacó el cristal de su blusa– ¡Ich werde es nicht zulassen!

–¡Ja! ¿Versuchen Sie, den Jungen für sich zu behalten? –Dijo, riendo burlonamente¬ y poniendo en posición de lanzamiento al guardia– ¡Wie Sie möchten, Vivika!

Ante la atónita expresión del conductor, que se quedó inmóvil a espaldas del enorme sujeto, Vivika se colocó unos pasos en frente mío, y replicó aquella sensación cálido que envolvió mi mano en el callejón de Maipú, y, rodeando el brillante cristal, ahora blanquecino, con las dos palmas abiertas, como si sus dedos estuvieran a punto de entrelazarse, formó un manto traslúcido, de una tonalidad similar al platinado de su cabello, que se expandió en todas las direcciones posibles, cubriéndonos. Un vidrio flotante de características que no podía racionalizar, y que me permitía ver, en todo su esplendor, la grotesca imagen de una persona muerta viajando desde la otra punta del coche ferroviario, a velocidades insospechadas, para luego desintegrarse en incontables pedazos a centímetros de mi confundido y perplejo rostro.

El piso, los asientos, ventanas y hasta el techo, parecían haber sido pintados por un escuadrón de nenes de jardín sin criterio artístico, usando bombuchas de carnaval para decorar el interior del vagón. Pensé, en mi creciente estado de pánico, que sería mucho más práctico, y menos costoso, desechar la carrocería entera, en lugar de intentar limpiar todo lo que se haya pegado en el terciopelo de los asientos. Un verdadero enchastre.

Pero la sangre no se adhería al material de esta supuesta pared, ni tampoco desaparecía en el aire, sino que la reducía a partículas de polvo, al instante que el cuerpo explotaba, de la manera más literal que pueda existir, dejando ver un largo corredor despejado por delante.

Hice un ademán de querer taparme la cara para evitar la colisión, pero el muro invisible que nos protegía cumplió esa tarea, y sin que la persona encargada de fabricarlo, cambiara siquiera su postura defensiva.

–Renzo –Llamó mi atención– El Obelisco en tu bolsillo.

Me quedé viendo sobre su hombro, antes de procesar lo que me estaba diciendo. Lo saqué y, efectivamente, la pieza de cristal, la cual no paraban de referirse a ella como “Obelisco”, irradiaba una luz que surgía desde su núcleo, bordeando el contorno rectilíneo. No emitía calor, como el de Vivika, o como los ya discontinuados focos incandescentes. Simplemente lo hacía, y al igual que el muro traslúcido, no podía explicar de una forma lógica su naturaleza, o el proceso por el cual había luz dentro de un vidrio sin ninguna fuente de poder conectada al objeto.

–Úsalo.–Me dijo– Es un objeto con el poder de cambiar el rumbo de la historia. Aquellos legítimos poseedores del Obelisco consiguen grandes hazañas una vez que logran la “Resonancia”.

–¿Resonancia?

–Tu Obelisco ahora está cargado con energía–Explicó–Pero sólo puedes expulsarla cuando una resolución en tu mente determine el camino en tu corazón.

–Todo esto me suena a cuento chino…–Concluí, sumergido en una profunda laguna mental causada por el hipnótico cristal–Esto es demasiado…

–¡Ein Obelisk ist ein einfaches Dekorationsobjekt, wenn der Träger nicht damit umzugehen weiß!–Gritó el grandote, señalándome. –¡Dieser geht an Renzo, entscheide schnell, Vívika!

Vivika, alertada por la amenaza, salió disparada hacia el asesino, quién levantó del cuello al conductor de un manoteo, que inútilmente se aferraba con fuerza al pasamanos, y lo arrojó aplicando la misma potencia contra el impenetrable campo, causando, en una fracción de segundo, el mismo estallido de vísceras, pero esta vez, con una persona viva, la cual no pudo ni gritar, tal vez por la forma en la que su cuello se quebró en varias secciones al momento de ser capturado, o quizás, el impulso fue tan inmediato que no le dio tiempo a contemplar su propia muerte.

La barrera se desvaneció, y Vivika, que contaba con un espacio limitado de maniobra, jugó otra carta para mantener una distancia segura, y, al mismo tiempo, atacar.

Su mano, al entrar en contacto con el cristal, y, posteriormente, al recubrirse por el mismo color blanquecino que emitía el misterioso colgante en su pecho, comenzó a realizar movimientos circulares al aire, dibujando un… ¿lazo?. Una línea alargada, y apenas visible, que me hacía forzar la vista para no perderla de lo transparente que era.

Pero ese ancho no daba la impresión de un lazo. Mi convulsionado cerebro, tras presenciar una muerte express, lo asoció al ondulante cuerpo de una serpiente en plena cacería. El grosor relativo a lo largo de la estructura curveada, configuraba la forma de un látigo, que, de ser la misma que utilizó en Maipú, contaría con el alcance suficiente para dominar la situación.

–¿Puedes verlo?–Me preguntó, de manera retórica, al notar mi sorpresa–Mi Obelisco me da la capacidad, al entrar en estado de Rosonancia, de extender más allá de mi cuerpo la luz que éste produce.

–Me explicás después, flaca…–Acoté toscamente–Mejor hacé algo, porque estamos por llegar a 9 de Julio, y sin chofer, nos vamos a estrolar en cualquier momento.

Ella rió ante la soltura de mi respuesta. A mi no me causaba una pisca de gracia, pero me dio a entender, con ese simple gesto, que saldríamos de este embrollo macabro, en el corazón de Buenos Aires, al menos con vida.

Vivika exhaló con fuerza y elevó el serpenteante látigo por el centro absoluto del pasillo, apuntándole directo a los puntos vitales de su presa con gran precisión, y produciendo un sonido que recuerda al de un objeto siendo agitado a gran velocidad. Hasta que, finalmente, luego de una seguidilla de varios azotes consecutivos, encarados desde diferentes flancos, la chica de complexión tirando a pequeña, pudo rodear la muñeca del enemigo.

–¡Aún no termino! –Rugió ella, tensando su arma, y moldeándola para darle una figura recta, asegurándose que no la moviera.–¡Sun Spark!

La intensidad del brillo, en la naciente de su palma, que dominaba el látigo, se convirtió en un fulgor luminiscente que ganaba un considerable tamaño con rapidez, y que fue enviado a través de su arma, que funcionaba como un cable conductor. Esto desencadenó, al impactar contra el antebrazo que no lograba librarse, una atronadora explosión, que reventó cuanto vidrio había cerca, y fundió luces por docenas, además de provocarme el susto de mi vida, ya que no estaba preparado para un ruido tan ensordecedor de golpe.

El efecto de retroceso, que seguro sintió en los huesos, a menos que sus interiores estén formados por algún compuesto indestructible de grafeno, lo mandó a volar tan fuerte que ni los pasamanos de acero pudieron contenerlo, dejándolo tirado un vagón más adelante, cerca de la puerta que él mismo destruyó.

Vivika dio un hondo suspiró y, luego de ayudar a ponerme de pie, fue a echar un vistazo precautorio, Yo ya estaba evaluando la posibilidad de saltar con el tren en movimiento, al ver pasar una señalización en rojo que nos indicaba detenernos, cosa que no hicimos por obvias razones, pero eso implicaría dejar a su suerte a la rubia, que me salvó no una, sino dos veces, así que la idea terminó en el tacho.

Nuevamente, las luces del vagón comenzaron a titilar como locas, mientras que en el andén de Carlos Pelegrini, donde, las pocas personas que había, relojeaban el techo con curiosidad ante la falta de iluminación. Pero mi interés estaba puesto sobre el tipo que se levantó a regañadientes, quejándose, parado en un charco de su propia sangre. Ya no tenía su miembro izquierdo, y los girones de tela en ese costado del cuerpo, quedaron con un color ennegrecido al carbón.

–Wow… Ich hätte nicht gedacht, dass Sie so weit gehen würden…¬–Dijo, por primera vez en español, entre jadeos, haciendo una pausa– …para traicionar al grupo de Hermes.

–¡No te atrevas a mencionar ese nombre!

Al principio creí que seguía hablando en su idioma, por el desganado acento español en su voz, pero cuando escuché “grupo de Hermes” con claridad, me quedé helado. No era el hecho de haber cambiado, de un momento a otro, su aparente idioma nativo, sino que la vertiginosa situación actual no me dejaba recordar de dónde me sonaba ese nombre, o por qué.

Vivika, apretando los dientes, y con el ceño fruncido, cedió ante la provocación, y, usando la potencia de su látigo, le ató el brazo que le quedaba intacto, preparándose para largar otra de esas esferas explosivas, acción que llevó a zambullirme en el piso, por acto reflejo, con las manos detrás de mi cabeza, visualizando las consecuencias de otro estallido.

–¿¡Otra vez con ese mismo truco, Vivika!?¬–Continuó hablando en español, esta vez, con más energía en su garganta.

De improvisto, con el miembro restante, atado con el hilo traslúcido, jaló de una vigorosa sacudida a su captora, sin que esta pudiera reaccionar acorde, terminando atrapada de la misma forma que el conductor, a merced de un peligroso contraataque cercano.

–Nunca vi en acción tu Factor F93, sólo rumores y anécdotas. ¿Lo recuerdas? –Le dijo, revelando su rostro lleno de quemaduras y magullones–¿Qué te parece… si lo pongo a prueba?

–¡Ahh!

Ella no podía respirar, el sofocante peso de cada pulgada sobre su tráquea, ejercía una presión descomunal, impidiendo que sea capaz de tocar el suelo de lo alto que la tenía sujeta.

Salí de mi posición de tortuga, sin pensar, y a pura emoción violenta, que me movilizaba para salvarla, intenté lo mínimo que cualquiera habría hecho en mi lugar: quise cagarlo bien a trompadas para que la suelte.

No veía a un tanque sobredimensionado con fuerza inhumana poniendo en jaque a una poderosa brujita experta en artes místicas con derivaciones en habilidades fantásticas. Veía a una persona indefensa, a punto de ser asesinada cruelmente, por una persona desconocida con motivos ocultos.

Primero, llegué hasta donde se encontraban, y arremetí con una patada voladora para intentar romper su punto de balance, consiguiendo el efecto inverso, ya que sentí como si le hubiese pegado a una pared de concreto. Luego, me agarré de sus ropas, quemadas y rasgadas por la explosión, para no terminar en el piso de nuevo, y me colgué por arriba de sus hombros, con mi destreza de mono, y comencé a darle golpes a puño cerrado en los pómulos.

–No te preocupes–Señaló, moviéndose de un lado a otro para sacarme de encima–Una vez termine con ella, vendrás con… ¡Agh!

La estabilidad del grandote flaqueó, junto con la iluminación del vagón, que iba y venía. Yo era un mosquito que no le causaba el menor daño. Pero hubo… algo. Una sensación particular que descolocó al sujeto más que a mi, cuando el contacto de mi puño fue más enérgico.

Se deshizo de mi de un sacudón, continuando con una tremenda patada que me conectó directo al muslo, y que me dejó fuera de combate, desvanecido, después de pegarme la cabeza contra el marco de una ventana.

En tiempo real, el periodo de inconsciencia no se prolongó demasiado, pero bastó para reordenar mis pensamientos, y recordar:

–“Ya veo. Esos chicos dependen de ti. Tú les enseñas, pero además los cuidas. Eres más que un profesor de escuela. Lo siento.”

–“ Pero sólo puedes expulsarla cuando una resolución en tu mente determine el camino en tu corazón.”

*CRACK*

Un ruido me hizo regresar al mundo tangible, y el hilo de sangre que me bajaba por el cuero cabelludo, humedeciendo mis párpados, me terminó de despertar. Y la pierna, ni hablar, me dolía horrores también.

–La puta madre…–Dije sosteniendo mi cabeza y volviéndome a parar con algo de dificultad.–Si me matan acá, ¿quién les va a tomar recuperatorio a los chicos?

*CRACK*

–¿Hmm? –Volteé para rastrear ese crujido espantoso que me despertó.

*CRACK*

–¡…!

El sonido de huesos quebrándose. Tripas volando. Sangre. ¿Qué locura es esto? ¿Cuándo iba a parar?

–¡BASTAAAA!

Yo solamente quería volver dar clases el lunes. Retomar la rutina, y concluir con las fechas próximas de exámenes. Pero el eje de la situación se dio vuelta y escaló tanto, que ahora, la piba que supuestamente vino a salvarme, tiene la cara morada, las pupilas en blanco, y los huesos del cuello hechos polvo. Recién la conocía, si, y tampoco supe bien cuales eran sus motivos verdaderos para estar haciéndole frente a este tipo, resguardando mi persona con podercitos y cristales flasheros, pero su preocupación hacia mi era genuina.

Pero viendo la película completa, sobre mis hombros tenía la responsabilidad, por el sencillo hecho de caer en el lugar y hora incorrectos, de evitar una catástrofe todavía más grave. Chocar a esta velocidad, además de traer consecuencias inimaginables al sistema subterráneo, causaría un potencial número de víctimas, con las cuales no estaba preparado, ni dispuesto, a llevar conmigo.

Sin embargo, hay un obstáculo, una muralla de hierro que no me va a dejar pasar, ni pidiéndole permiso o por favor. Él está ahí para llevarme a no sé dónde, y para que yo no acceda a la cabina a tiempo. Pero si quiere impedir que lo haga, me va a tener que arrancar las piernas. Un mago famoso ya lo dijo hace muchos años: “puede fallar”. Lo sé. Lo más probable es que fracase rotundamente, y terminemos incrustados en el tren que tenemos a un par de estaciones. Pero Vivika quiso enseñarme algo, que en mi mundo de persona ordinaria no existe, y que, según ella, es capaz de motorizar la historia hacia otras rutas. Si eso es así, voy a utilizarlo para evitar que más personas caigan en esta ruleta de misfortunio. Estoy harto, caliente y frustrado, pero sobre todas las cosas, estoy decidido.

–Escuchame, pedazo de mierda.–Desenganché, de un tirón, la cadena en mi cintura con el cristal, y lo sujeté de una forma parecida a como lo hacía Vívika cuando la vi usar el suyo–¡Te dije que la sueltes!

–¡Ah! Su Obelisco…¿¡En qué momento fue que…!?

Quizás no se dio cuenta, al estar demasiado ocupado desensamblando las pequeñas vértebras que le faltaban, así que no la vio venir. O eso me gustaría creer.

Percibí un cambio sustancial en mi ritmo cardiaco, algo anormal, que se aceleró cuando mi palma derecha rozó el Obelisco. La energía se integraba a mi cuerpo, y regresaba a la pieza cristalina en un constante flujo que controlaba naturalmente, como si nos entendiéramos. ¿A esto le habrá llamado estar en Resonancia?¿A comprender el mecanismo tácito que redirige la luz interna?

A todo pulmón, encaré con un puño que ya no tenía miedo, sólo certezas, contra un maltrecho personaje, que luchaba para no desvanecerse por la pérdida más notoria de sangre, y que vilmente trató de escudarse tras el inerte cuerpo de Vivika. Logrando únicamente que mi golpe, cargado de la energía acumulada dentro del Obelisco, entrara justo en el ángulo correcto para fulminar su cadera, y mandarlo despedido, sin escalas, al sector que controlaba la formación, y que había quedado abierto durante el enfrentamiento. Ya no había pared de concreto al instante de golpearlo. Sentí que era sólo un desprotegido bulto de dos metros, y que el inmenso poder que le descargué en su parte baja, fue bastante desmesurado, a tal punto, que esta persona dejó un hueco en la cara frontal del primer vagón, al lado de los controles, desmadrando partes de la estructura a su paso, y aterrizando en mitad de las vías. En mitad del camino. En mitad de una imparable pila de hierro.

El tren continuó sin que yo supiera realmente lo que sucedía a mi alrededor, puesto que la visión, de repente, se me nubló, escupí sangre, sentí frio, y me daba vuelta la cabeza. Imaginé que esto podría ser alguna clase de síntoma relacionado al uso del Obelisco, pero era apresurado sacar conclusiones. El salto que pegó el subte, y el posterior traqueteo debajo del chasis, además, me agregó una ligera dosis de vértigo que no me permitía parar. Si me paraba, perdería la noción del espacio, y volvería al deplorable estado de hace un rato. Opté por acostarme, a ver si se me pasaba.

–“Próxima estación, Callao” –Anunciaba la señora de los parlantes.

–Hmm… Callao. –Quedé pensativo, mirando al techo con todos los focos fulminados.–Jodeme… ¿¡Cómo que Callao!?

Si pudiera haberme visto en un espejo, distinguiría todas y cada una de las nuevas arrugas que se me formaron en el pálido y deformado rostro, cuando me incliné hacia adelante. Ya que, si vamos camino a Callao, significa que nos salteamos Uruguay, lo cual es una terrible noticia para mis nervios que contaban con la pronta culminación de esto. Unas dos estaciones atrás.

–¡AGH!

Creo que la transición del asiento al suelo, no fue la adecuada. Fue más bien una tortura por la cantidad de dolores mezclados que llenaban mi cerebro, y que casi termina por dislocarme el hombro, tras un intento fallido para volver a estar con los pies firmes. No estaba en mi mejor momento, pero me ayudé, con algunos de esos pasamanos que quedaron en pie, y, con un turbulento aire que se oponía a que abriese los ojos, entrara a la cabina de mierda, y pisara los frenos de una maldita vez, seguí, pese a las condiciones.

–…Renzo.

Si, imagino que su ayuda me vendría bárbaro. En particular, porque el subte se está moviendo medio raro, como si estuviera descompuesto, o roto, sumado a que iba con los ojos cerrados por la fuerte correntada, había basura metálica y plásticos por toda la superficie donde caminaba, y yo estaba medio atontado. La ironía de no saber qué estaba más hecho bolsa, si el vagón, o yo.

–…Renzo.

Casi llegaba, era cuestión de recorrer un par de metros más, pero di un paso en falso, y tropecé con algo suave que agarró mi tobillo, para no caer.

Era la mano de ella.

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