Capítulo 2:
La Choza del Maestro

No sé si entendí mal, o todavía estoy medio en pedo. El malestar de estómago ya se me había calmado un poco cuando me puse de pie a observar mis alrededores, así que, probablemente, hay algo que no esté funcionando como de costumbre.

Tomé la carta otra vez, y la examiné en detalle. El manuscrito hecho sobre un papel de texturas rugosas que nunca antes había utilizado o siquiera visto, y una escritura realizada con tinta color violeta, me dejaban una intranquilidad latente por saber dónde me encontraba, pero no quise detenerme en eso. Más importante aún, es a qué se refería con “pacto”. Mi otro yo, o quién sea que haya escrito esto, realizó un pacto con alguien que me trajo hasta acá forzosamente, a ocupar un cuerpo que desechó, y que ahora yo, el conejillo de indias de turno, debía aceptar en buenos términos como si fuera lo más normal del mundo, porque no, no es normal un carajo. Uno no dice: “che, me voy a cambiar el cuerpo a otro mundo porque la vida es muy complicada, no me esperes para cenar”. ¿Estamos todos locos? ¿Cambió su cuerpo por otro haciendo un pacto, como si se tratara de unos calzones? Decime, por lo menos, que no me falta nada importante. No había transcurrido ni diez minutos que desperté, y ya estaba de mal humor.

Fruncí el entrecejo, y reflexioné ante la inquietud que me generó el no saber si yo era el mismo de antes. Contuve el aliento, y me toqué, muy despacio, en la zona de la entrepierna, con temor de que haya menos… volumen.

—Bien, sigo teniendo pito. —Solté aliviado. —Un problema menos.

Luego de haberme manoseado alevosamente el ganso, que no era mío del todo, inspeccioné la zona de acuerdo al criterio del mapa que me dejaron escrito. Ubiqué los árboles y las montañas, que fue lo más sencillo. Lo que sería el pueblo,quedaba más allá del punto designado, así que eventualmente lo visitaría en otra ocasión. Ahora, tenía que hacer un recorrido que bordeaba un lago, o un estanque. No distingo bien las distancias o dimensiones en estos dibujos tan pedorros.

Tomé el camino que más se acercaba a las indicaciones, y le metí pata.

Hasta el momento, todo me daba la impresión de ser una broma de mal gusto, de esas que pasaban sólo en la tele, salvo por el detalle de la chota ligeramente distinta, porque lo demás, es como dar un paseo por los bosques de Palermo, excepto que sin montañas. Pero me mantengo escéptico, todavía puede aparecer el conductor gritándome que es “una jodita para Videomatch”. O no.

Sentí un poco de brisa húmeda en la cara, y unos graznidos que me recordaba a aves acuáticas a lo lejos, llamaron mi atención hacia detrás de unos frondosos árboles.

—Ya debería estar cerca del lago.–Dije, avanzando con las instrucciones en la mano.

Me metí por unos matorrales y, del otro lado de las hojas, encontré aquello que marcaba el mapa. Un amplio lago, de superficie cristalina y aves que revoloteaban a la distancia sobre el agua. Acerqué mi rostro inconscientemente, y contemplé el reflejo de un muchacho, al menos, diez años más joven que yo, rasgos algo más pronunciados en el mentón, cabello más corto, oscuro y despeinado, y una cara de orto que no dista mucho de la anterior, sólo que sin barba.

—Bueno, quizás no sea tan malo como pensaba.—Me dije, para nada convencido.

Sin embargo, el magnífico trabajo de cartografía realizado por este pibe, omitió un dato. Una información crucial que hubiera agradecido enormemente para mi supervivencia. La aparición repentina de un feroz animal, que me hallaba de rodillas, absorto en contemplación, y cagado hasta las patas en la orilla del lago. Era un… ehh… no sé, la verdad no sé realmente qué mierda era, pero me quedé paralizado del susto. Me llegaba hasta la cintura, fácil, y su cabeza era del mismo tamaño que su cuerpo. Los dientes, por favor, eran una máquina picadora de carne de lo afilados que se veían, y, para empeorarla, le dibujaban una sonrisa muy turbia en el hocico. Emitía un gruñido, alertándome de que no le gustaba un carajo mi presencia. O tenía hambre, una de dos. No quería quedarme para averiguarlo.

Retrocedí por instinto unos pasos, llegando a tocar casi con la punta del calzado, el agua que había detrás, sin sacarle la mirada de encima. ¿Qué podía hacer? ¿Tirarme a nadar? Fijo que este bicho se me iba encima en cuanto le diera la espalda. Eso, y que la sonrisa de pesadilla que mostraba, me volvía a los tiempos de oficina con mi antiguo jefe, que bien muerto está.

—Increible que me esté acordando de ese hijo de puta en un momento así.

Rozando con mi dedo la riñonera de los noventa, recordé el cuchillo que estaba guardado dentro, así que moví mi mano para empuñarlo. No obstante, el animal, rápido de reflejos, reaccionó ante mi creciente nerviosismo, y se abalanzó sobre mí sin vacilación alguna. La distancia que nos separaba, de cuatro a cinco metros, se evaporó en un instante, dejando en evidencia mi torpeza y falta de rapidez en situaciones vertiginosas, porque no tardó ni dos segundos en intentar saltarme al rostro.

Y hago énfasis en la palabra intentar, ya que en medio del salto que pegó para atrapar mi cara entre sus afilados dientes, fue cruzado en pleno vuelo, o mejor dicho, empalado, por una criatura voladora con su gigantesco pico, casi como si hubiera estado esperando para que este bicho del averno se distrajera con algo para lanzarse a la caza. Fue un destello fugaz la velocidad con la que mi ágil salvador alado cruzó frente a mí, dejándome ver con lujo de detalle la captura al ras del suelo. Creo que si hubiese parpadeado, solo habría sentido un suave golpe de aire y percibido una sombra alejándose por el rabillo del ojo.

Pensé que no la contaba, pero gracias al… pelícano mágico ese, mi vida se alargó unos minutos más. A no ser que aparezca otro de esos bichos sonrientes y ahí si, me achuren todo.

Apresuré el paso para no encontrarme con ninguna amenaza extraña, y paré la oreja lo más que pude. Aunque mis habilidades de sigilo no eran las mejores, tuve destellos de Assassin’s Creed, que solían iluminar mis noches antes de vender mis consolas para saldar deudas. Y, en esta situación tan desfavorable, agradezco haber tenido esos ratos de vicio nocturno, puesto que, esos recuerdos me ayudaron a sortear un par de esos animales raros que merodeaban, más atentos, quizás, por no caer presa de las aves.

Y hablando de aves, suerte para mi que se estén entreteniendo con los pedazos del amiguito cabezón que atrapó una de ellas, porque gracias a eso, logré alejarme lo suficiente de la zona, alcanzando el objetivo delineado en el precario mapa, y llegando al perímetro de la choza, finalmente.

Con cuchillo en mano, y una manzana en otra para arrojarla si hacía falta, me aseguré que no hubiera depredadores furtivos esperándome en la cercanía, y fijé mi atención en “la choza”, que se mencionaba en el escrito. Era, mínimo, más grande que mi departamento, y tenía un piso superior, así que más que choza, era una casita de verano junto al lago, que priorizaba un estilo para nada vistoso, y se notaba el poco interés del propietario por mantenerla en condiciones.

Los ventanales que daban al frente estaban más mugrientos que mi historial crediticio, pero, si mi visión no me falla, creo haber visto, a través del vidrio, un fulgor intermitente casi imperceptible. Caminé hasta la fuente de la luz misteriosa, y busqué de dónde salía.

—¿Eh?

Había… ¿alguien dentro? ¿Será la sorpresa de la que hablaba en la carta? No lo sé. La oscuridad y el polvo acumulados no me dejaban ver claramente, sólo un contorno difuminado de lo que parecía ser una figura humana, de pie, que apuntaba su brazo en dirección a la puerta frontal de madera.

Hubo un destello de luz, que me sorprendió, y provocó que me cayera de culo al trastabillar. Comprobé que mi visión no sufrió daño alguno, y volví a asomar mi nuevo rostro. Entonces, observé con mayor cuidado por la ventana, a aquella figura que mantenía su posición, con el brazo levantado, firme.

Antepuse la mano sobre mis ojos para impedir que otro destello me cegara y, por un breve instante, pude reconocer el contorno curvilíneo de una mujer, esbelta y con expresión de estar bastante encabronada. La intensa luminosidad, de colores violáceos y por momentos blanquecinos que provenía de la palma de su mano, no tenía comparación con algo que haya visto antes.

Era un espectáculo que generaba luces, pero ninguna clase de sonido. No encontraba mucho sentido, porque, a simple vista, el fuego o lo que sea que esté expulsando de su mano, impactaba y se esparcía uniformemente. No era una ilusión creada por el ángulo en el que estaba colocado el cristal. La luz llegaba hasta los bordes de la ventana y golpeaba la superficie interior del vidrio, pero no traspasaba al exterior. Y lo que era más raro aún, esta flama multicolor no producía calor, o por lo menos no lo hacía al contacto de mi mano sobre la pared de madera.

No tengo que ser un científico termonuclear para darme cuenta que si se comporta como fuego y se ve como fuego, tiene que producir calor. No puedo estar tan desquiciado.

Empecé a golpear el marco de la ventana, esperando algún tipo de respuesta, la cual, nunca llegó, y para colmo, la mujer al otro lado, no me daba ni cinco de pelota, por más fuerte que golpeara.

Ni el puño, ni el cuchillo, o incluso el impacto de una roca que levanté, del tamaño de un zapato, sirvieron para quebrar el vidrio que, al tacto, no sonaba como algún material que haya sido fabricado para resistir mucho castigo. Hasta diría que era un vidrio mediocre y muy delgado.

—¿Qué mierda era esto? —Me dije, apretando los dientes.—Reencarnación, animales que nunca había visto antes, gente que dispara fuego por las manos, y ahora, por si fuera poco…

No encontré palabras para definir el fenómeno paranormal que ocurría alrededor de la polvorienta vivienda. No lo entendía, escapaba a mi lógica de persona normal y a toda realidad que me acompañó hasta hoy. Comencé a buscar otro modo de acceder, que no fuera ejerciendo violencia, y…

—…bancá un toque.—Pensé, cortando los pensamientos negativos en seco, e hice lo que cualquier persona normal, como yo, haría: intentar usar la condenada puerta.—No soy más imbécil porque mis viejos no son hermanos.

Erguida frente a mi se encontraba una puerta con un particular detalle del cual no me percaté sino hasta ahora que la veo de cerca, y es que contrasta de manera exponencial con la fachada de la casa. Todo el exterior está más que arruinado, le falta limpieza, un buen revoque, unas cuantas manos de pintura. Pero la puerta, con detalles y grabados en su superficie, parecía encerada hace unos minutos, conservando intactas su integridad y belleza ante las condiciones adversas de estar expuesta a la intemperie en medio de un bosque.

Curiosamente, no había picaporte en la puerta. En su lugar, un enigmático símbolo tallado en el centro de la madera, invitaba a que posara mi mano en él.

Tuve un leve presentimiento que no debía hacerlo, pero mis ganas de saber si el mecanismo que abría esta puerta era de origen sobrenatural o tenía que pegar la vuelta para ver si, en una de esas, se me había olvidado agarrar alguna llave. Imploré que no fuera lo segundo.

**CLICK**

El sonido reconocible de una puerta destrabándose hizo eco en mis oídos, seguido por una mezcla auditiva que venía del interior.

—¡MALDITO MAESTRO CARA DE ESCROTO!.—Gritaba una voz atronadora.—¿¡CÓMO SE ATREVE ESE BASTARDO A ENCERRARME, Y A ROBARME MIS MANZANAS!?

El calor brotaba enérgicamente a lo largo y ancho de la puerta, extendiéndose por las paredes y ventanas, obligando a que retire mi mano de ahí cuanto antes, y a salir corriendo cual maratonista africano en cien metros planos.

Una brutal explosión sacudió el lugar a mis espaldas, mandando a volar la puerta, paredes, ventanas y buena parte del frente de la casa también, que ahora iba a necesitar más que revoque y pintura.

De reojo, pude presenciar como, aquella refulgente luz que iluminaba toda la parte interior, que salió disparada en forma de un torrente imparable de energía condensada, llevándose consigo restos de madera y material, que se iban desintegrando en el aire, o caían carbonizados al lago.

—Devuélvanme… mi vida… de mierda.—Fue lo primero que atiné a decir, luego de rodar varios metros.

Mis oídos estaban completamente neutralizados por el estruendo, y mi cuerpo resentido del dolor causado por la caída, no dejándome siquiera largar una puteada al aire de todo el sedimento y polvo que fue a parar a mi boca.

Al borde del desmayo, vuelvo a sentir un golpe, esta vez cerca de mis costillas que, del empuje, me dejó mirando hacia el cielo.

Una silueta quedó viéndome, con un lindo vestido que le marcaba la figura. Movía su boca y exigía algo con las manos, pero no le entendí nada, el zumbido que retumbaba dentro de mis oídos y cerebro aún no aflojaba.

Con suma facilidad, y en una demostración de fuerza gratuita, me levantó de la solapa en mi camisa recién adquirida, y clavó sus ojos carmesí en los míos. Con el correr de los segundos, entonces, fue cambiando una y otra vez las expresiones de su cautivador rostro, que pasó de una incontrolable ira, a llenarse de sorpresa y, posteriormente, finalizar con pura incertidumbre en la mirada, antes de dejarme caer como un saco de papas.

—¿¡CÓMO QUE NIVEL 1!?.—Logré escuchar, muy a lo lejos, las palabras de la mina esta.—¡SI EL PITO CORTO DE MI MAESTRO SE QUEDÓ ATASCADO EN EL NIVEL 82 DESDE HACE MESES!

—¿De qué… maestro… me hablás?.—Pregunté, ingenuamente, con el habla entrecortado.—Acabo de… llegar.

Digamos que mucho no le importó el deplorable estado en el que me encontraba, ya que adoptó una postura que vi muy claramente a través de la ventana, apuntando la palma de su mano, que tomaba cada vez más y más brillo incandescente, directo a mi cabeza, que yacía en el suelo.

—¿Quién sos, y por qué te ves exactamente como mi maestro?.—Exclamó con una seriedad implacable.—¿Acaso es otro engaño de tu superior para que bajemos la guardia? ¿Cómo se atreve a enviar una rata con la apariencia del Maestro? Respondé.

Involuntariamente, reuní la escasa energía que me quedaba, y llevé mi mano al pequeño bolso en mi cinturón. Era incapaz de aplacar esa furia incandescente que emanaba de su ser, mucho menos tenía a mi disposición una respuesta satisfactoria para darle, lo único que podía ofrecerle, sin embargo, eran unas simples manzanas.

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